DesiertoSample

Puede hacer todo solo, pero quiere usarte a ti
El desierto es ese lugar donde aprendes a hacer lo correcto aun cuando nadie te ve. Allí, lejos de reconocimientos y aplausos, Dios te entrena para confiar en lo invisible. Y en ese contexto, Moisés escucha una orden que cambiaría la historia:“Ahora ve, porque te envío al faraón. Tú vas a sacar de Egipto a mi pueblo Israel.” (Éxodo 3:10).
Dios, el creador del universo, podía haber rescatado a su pueblo de mil maneras. Podía haber enviado un ángel, una plaga definitiva, o incluso haber hecho que las cadenas cayeran solas. Pero no lo hizo. Prefirió usar a un pastor prófugo, escondido en el desierto, con un pasado de fracasos y una vida marcada por la duda.
Salmos 8 lo dice con asombro:“Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos (…) me pregunto: ¿qué son los simples mortales para que pienses en ellos (...)? Sin embargo, (...) los coronaste de gloria. Los pusiste a cargo de todo lo que creaste.”
Esa es la paradoja, Dios no necesita nuestra ayuda, pero por alguna razón nos quiere en su plan. Nos llama, nos confía tareas, nos involucra.
Cuando llamó a Moisés, no lo hizo porque no pudiera liberar a Israel solo. Lo hizo porque quería que Moisés participara en su obra.
El llamado del rabino
En la tradición judía, los niños estudiaban desde muy temprano. Entre los seis y diez años asistían al bet sefer, donde aprendían la Torá. Entre los diez y los catorce años, al bet talmud, donde memorizaban y discutían las Escrituras. Y solo unos pocos privilegiados pasaban al bet midrash, donde se convertían en discípulos de un rabino. La mayoría no pasaba el exigente examen de un rabí.
Cuando un rabino escogía a un discípulo, le decía:“Le ja jaraí”—“Sígueme”. Era más que una invitación; era una declaración:“Creo que puedes ser como yo. Puedes llevar mi yugo, puedes vivir como yo vivo.”
Pedro y los demás pescadores habían sido rechazados por otros rabinos. No eran “lo mejor de lo mejor.” Y sin embargo Jesús los llamó. Les dijo:“Síganme.”
Ese llamado transformó a Pedro. Adoptó la mentalidad del discípulo:“Puedo ser como mi maestro.” Por eso, cuando Jesús caminó sobre el agua, Pedro quiso hacer lo mismo y lo hizo. Al hundirse, no dudó de Jesús, dudó de sí mismo. Por eso gritó:“¡Sálvame, Señor!”
Jesús lo reprendió:“¿Por qué dudaste?” No era una queja contra su fe en Dios, sino contra su falta de confianza en que él podía ser como su rabino. Jesús creyó en Pedro. Si no, nunca lo habría llamado a caminar sobre el mar.
Ese es el corazón del discipulado, Dios sabe que puede hacerlo todo solo, pero quiere hacerlo contigo.
Moisés lo entendió en el desierto. Cuando Dios lo llamó, su respuesta fue:“¿Quién soy yo para presentarme ante el faraón? ¿Quién soy yo para sacar de Egipto al pueblo de Israel?” (Éxodo 3:11).
Y Dios contestó con la única respuesta que realmente importa:“Yo estaré contigo.” (v.12).
No se trataba de la elocuencia de Moisés, ni de su liderazgo, ni de su influencia. Se trataba de la presencia de Dios. Esa es toda la información que necesitaba.
Más adelante, Dios le añadió una instrucción curiosa:“Lleva contigo tu vara de pastor y úsala para realizar las señales milagrosas que te mostré.” (Éxodo 4:17). Esa vara era un símbolo de su pasado, de su oficio humilde. Y en manos de Dios, se convirtió en instrumento de milagros.
El desierto es ese lugar donde dejamos de medirnos por lo que creemos que somos capaces de hacer, y empezamos a confiar en lo que Dios puede hacer a través de nosotros.
Lo mismo que le dijo a Moisés, lo dice hoy:“Yo estaré contigo.” Eso basta. No eres nadie, no soy nadie, pero con Él somos todo lo que necesitamos.
Tu vara —tu historia, tu trabajo, tus talentos limitados— puede convertirse en herramienta de Dios. Él puede usar lo que parece común para hacer lo extraordinario.
Reflexión
Dios puede mover montañas sin ti. Puede liberar cautivos sin ti. Puede obrar milagros sin ti. ¿Tu familia? Él puede con ellos. ¿Tus finanzas? ¡Vamos! Es dueño del oro y la plata, no le falta nada y se la da a quien quiere. ¿El amor? ¡Ja! Dios es amor. Puede solo pero elige hacerlo contigo. Porque su plan no es solo transformar el mundo, también es transformarte a ti.
👉 ¿Qué “vara de pastor” tienes en tu mano que Dios quiere usar?
👉 ¿Puedes creer que, aunque Él puede hacerlo todo solo, quiere hacerlo contigo?
About this Plan

¿Qué haces cuando la fe se seca? Cuando orar ya no emociona, la iglesia cansa y Dios parece distante. Eso se llama ‘desierto’, y lejos de ser un castigo, puede convertirse en la antesala de tu mayor encuentro con Dios. En este plan de 30 días aprenderás que el desierto revela, forma, prepara y libera. Lo que parecía tu peor temporada, puede ser el camino hacia la tierra prometida. El desierto no es tu final, es el inicio de algo nuevo.
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