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Cuando Dios te lleva al desierto
Hay un momento en el caminar cristiano que, tarde o temprano, se repite con cierta frecuencia: el desierto. No es un lugar físico, pero se siente igual de árido y desgastante. De pronto, orar ya no parece atractivo y cuesta demasiado. La iglesia, que antes era un espacio de vida, ahora se siente como una obligación. Abrir la Biblia se vuelve aburrido. La música cristiana suena lejana, como si no conectara contigo. Lo que en algún momento te acercaba a Dios ahora parece distante.
Y te preguntas: ¿Qué me pasó? ¿Por qué siento esto?
El desierto espiritual no llega de la nada. Muchas veces se debe a causas concretas:
- Cansancio no atendido: lo ignoramos, se acumula, y de pronto estamos agotados en cuerpo y alma.
- Perseverar en el pecado: cuando insistes en lo mismo, tarde o temprano la sequedad toca a tu puerta.
- Lucha espiritual intensa: hay batallas que no se ven, pero desgastan igual.
- Parte del proceso de crecimiento: Dios, en su pedagogía, permite temporadas de desierto para fortalecerte.
Ahora, aquí viene lo más desconcertante: es Dios mismo quien a veces te lleva al desierto. Y la pregunta obvia es: ¿Para qué?
La Biblia nos da pistas claras. Dios llevó a Israel al desierto, no como un accidente, no como una mentira o un pretexto. Era parte de su intención. Moisés debía sacar al pueblo de Egipto y llevarlo al desierto. ¿Por qué? Porque el desierto es el lugar donde Dios prueba lo que hay en el corazón.
En Oseas 2:14, Dios dice:“La llevaré al desierto y allí le hablaré con ternura.” Eso rompe nuestro esquema. Imaginamos que el desierto es castigo, pero en realidad puede ser una cita con el Dios del universo. Dios no te arrastra ahí para destruirte, sino para hablar contigo sin distracciones.
El desierto revela lo que en verdad hay en tu interior. Todos tenemos necesidades, y la mayoría llegamos a Cristo buscando algo: paz, un milagro, dirección, sanidad, un cambio de vida. Y no está mal. Pero la pregunta que emerge en el desierto es más profunda: ¿quieres a Dios por lo que te da, o por quién es?
El pueblo de Israel vio milagros impresionantes: el mar rojo abierto, agua brotando de la roca, pan cayendo del cielo. Todo eso era real y necesario. Pero cada provisión iba acompañada de una lección: ¿me obedecerás incluso cuando no entiendas lo que hago?
Ese es el punto del desierto, comprobar si nuestra fe está sostenida en el milagro o en el Dios de los milagros. Si la obediencia es tan deseada como la bendición. Si seguimos amando a Dios cuando no hay espectáculo, ni música, ni emoción.
Quizás hoy te sientes en medio de ese terreno árido. Quiero recordarte algo, no estás ahí porque Dios se olvidó de ti, sino porque Dios te llevó ahí. No es algo malo, es algo bueno. Dios es bueno. Y si Él te llevó, entonces Él también sabe cómo sacarte. Mientras tanto, el desierto es el espacio donde tu corazón se hace transparente. Donde aprendes que tu fe no depende de sentir, sino de confiar.
👉 ¿Qué está revelando tu desierto actual sobre tu corazón?
👉 ¿Qué piensas al saber que Dios puede propiciar una cita en el desierto?
👉 ¿Qué vas a hacer para, en lugar de rechazar, abrazar este momento?
Scripture
About this Plan

¿Qué haces cuando la fe se seca? Cuando orar ya no emociona, la iglesia cansa y Dios parece distante. Eso se llama ‘desierto’, y lejos de ser un castigo, puede convertirse en la antesala de tu mayor encuentro con Dios. En este plan de 30 días aprenderás que el desierto revela, forma, prepara y libera. Lo que parecía tu peor temporada, puede ser el camino hacia la tierra prometida. El desierto no es tu final, es el inicio de algo nuevo.
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