DesiertoSample

Fe más preciada que el oro
Pedro nos anima a soportar con paciencia las pruebas de la vida. Y cuando habla de pruebas, habla en serio. Muchas de ellas se parecen a esos largos periodos de desierto donde parece que todo se seca. Pedro usa una comparación poderosa: el oro. Ese metal tan noble y apetecido, que para ser moldeado, necesita pasar por fuego. Y luego añade:“La fe de ustedes es mucho más preciosa que el oro.”
Eso quiere decir que, si el oro necesita fuego para ser purificado, la fe también. Y aunque nadie disfruta el calor de la prueba, en ese horno se revela de qué está hecha tu fe.
La fe no se fortalece en tiempos fáciles. Crece en medio de la dificultad. Se prueba cuando nos enfrentamos a lo imposible. La Biblia lo dice:“Sin fe es imposible agradar a Dios.” Y esa fe, que es certeza de lo que esperamos y convicción de lo que no vemos, se trabaja justamente cuando no hay nada visible a qué aferrarse.
Israel lo aprendió así:
- Descubrieron que Dios puede sanar, pero lo aprendieron después de ser mordidos por serpientes.
- Descubrieron que no solo de pan vive el hombre, pero primero tuvieron que escasear de pan.
- Descubrieron que podían vencer enemigos, pero solo tras enfrentarse en batalla.
- Descubrieron que Dios puede dar agua en el desierto, pero primero tuvieron que sentir la sed desesperante y la frustración de encontrar agua amarga.
El patrón se repite: primero la prueba, después la lección. Primero la escasez, después la provisión. Primero el dolor, después la sanidad.
Cuando el oro pasa por el fuego, pierde sus impurezas. Sale más limpio, más brillante, más valioso. Eso es lo que Dios busca con nosotros en el desierto. No quiere destruirnos, quiere purificarnos. Quiere quitar de nuestra vida aquello que se nos ha pegado del mundo: la queja, la incredulidad, la dependencia de lo material.
Y lo hace para dejarnos listos, preparados para lo que viene. Porque Dios siempre tiene más para encomendarnos, más que confiarnos. Pero antes necesita trabajar en nuestro carácter y en nuestra fe.
A lo largo de todo este camino, hay un mensaje que se repite: pon tus ojos en Cristo. No en la prueba, no en la circunstancia, no en el fuego. Mira a Jesús, el autor y consumador de tu fe.
El desierto es duro, pero también es el lugar donde experimentas su favor, su ayuda, su contención y su protección. Es el espacio donde tu fe se pule como oro y donde aprendes a depender de Él como nunca antes.
Cuando el oro ha pasado por el fuego, ya no es el mismo. Ha sido despojado de impurezas. Se ha convertido en algo digno de ser usado como joya, en algo valioso.
Así también tu fe. Una fe que ha pasado por pruebas, que ha sobrevivido al fuego, se convierte en una fe firme, resistente, capaz de sostenerte y de inspirar a otros.
Por eso, no deberíamos menospreciar el desierto. Sí, es doloroso. Sí, es fatigoso. Pero el resultado siempre será bueno. Al final, tu fe no solo habrá resistido, será más fuerte, más auténtica, más preciosa que el oro. Alguien que ha pasado por el desierto puede afirmar con convicción, ya no por emoción: Jesús, moriste por mí, yo viviré para ti.
Reflexión
Tal vez hoy sientes que el fuego de la prueba es demasiado intenso. Pero recuerda, no estás en llamas por casualidad, estás siendo purificado. Dios no te ha abandonado en el horno. Está forjando en ti una fe más valiosa que cualquier riqueza de este mundo.
👉 ¿Qué vas a hacer para seguir creyendo aun cuando otros abandonan?
👉 ¿Has sentido algún destello de esperanza estudiando la Biblia con nosotros estas semanas?
About this Plan

¿Qué haces cuando la fe se seca? Cuando orar ya no emociona, la iglesia cansa y Dios parece distante. Eso se llama ‘desierto’, y lejos de ser un castigo, puede convertirse en la antesala de tu mayor encuentro con Dios. En este plan de 30 días aprenderás que el desierto revela, forma, prepara y libera. Lo que parecía tu peor temporada, puede ser el camino hacia la tierra prometida. El desierto no es tu final, es el inicio de algo nuevo.
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