DesiertoSample

Lo que el desierto revela
Hay una verdad incómoda, las situaciones extremas sacan lo que de verdad hay en nuestro corazón. En el desierto no hay lugar para máscaras, no hay escenario para actuar. Allí, no puedes fingir ni aparentar. Es el espacio donde lo que escondías bajo la alfombra sale a la luz.
Cuando todo va bien es fácil mantener la sonrisa, ser amable y hasta parecer espiritual. Pero, cuando llega el calor sofocante de la prueba, cuando la escasez aprieta, cuando parece que Dios guarda silencio, ahí aparece lo que realmente somos. La inseguridad, la queja, el enojo, la desesperanza… o, por el contrario, la fe genuina que confía aunque no ve.
Dios llevó a Israel al desierto para probar lo que había en su corazón. La intención no era castigar, sino revelar. Y aunque esa revelación incomoda, también es una oportunidad, no puedes sanar lo que no reconoces. El desierto es un espejo incómodo, pero necesario.
Piensa en esto, si hoy todo lo que disfrutas desapareciera, ¿qué quedaría de tu fe? ¿Seguirías confiando en Dios sin los milagros, sin la provisión, sin la emoción? El desierto contesta esas preguntas por ti, no con teoría, sino con realidad.
Ahora viene lo que parece una paradoja, Dios no solo usa el desierto para revelar, también lo usa para enamorar. Oseas 2:14 dice que Dios lleva a su pueblo al desierto para hablarle con ternura. Eso cambia todo el panorama. ¿Cómo puede un lugar tan hostil convertirse en escenario de romance?
La respuesta es sencilla, en el desierto se acallan todas las demás voces. No hay distracciones, no hay excesos, no hay ruidos que compitan con la voz de Dios. Es allí, en medio del silencio y la vulnerabilidad, donde Dios puede conquistar de nuevo tu corazón.
Quizás tú hubieras elegido otra temporada para que Dios trabajara contigo. Una etapa de abundancia, de calma, de estabilidad. Pero no, Dios prefiere el desierto. ¿Por qué? Porque en la abundancia te llenas de ruido, y en la comodidad rara vez te detienes a escuchar. El desierto, con toda su crudeza, hace que te vuelvas más consciente de tu necesidad. Y cuando reconoces esa necesidad, estás listo para escuchar la voz de Dios con claridad.
Tal vez ahora mismo estás atravesando un desierto personal. La oración pesa, la fe parece floja, y las ganas de seguir se reducen al mínimo. Y sin embargo, en esa aridez, Dios no está ausente. Al contrario, está trabajando en lo más profundo de tu corazón.
Él sabe que en la sequedad es cuando tus motivaciones se exponen, y en la soledad es cuando tu oído se afina. El desierto no es un capricho del Señor, sino una cirugía a corazón abierto, pero en tu espíritu. Y aunque duele, su propósito siempre es restaurar.
No te sorprendas si en esta temporada descubres aspectos de ti que preferías ocultar: tu impaciencia, tu orgullo, tu dependencia de cosas pasajeras. Ese descubrimiento no es condena, es invitación. Invitación a dejar que Dios transforme lo que salió a la luz.
Reflexión
Quizás hoy no entiendas por qué Dios eligió esta temporada para hablarte, pero puedes estar seguro de algo, Él no se equivoca en sus escenarios. El desierto no es el fin, es el aula. Y si lo permites, será también el lugar donde tu corazón vuelva a enamorarse de Aquel que nunca dejó de amarte.
👉 ¿Qué ha revelado tu desierto actual respecto al estado de tu corazón?
👉 ¿Estás dejando que Dios use esa revelación para volver a conquistar tu amor?
About this Plan

¿Qué haces cuando la fe se seca? Cuando orar ya no emociona, la iglesia cansa y Dios parece distante. Eso se llama ‘desierto’, y lejos de ser un castigo, puede convertirse en la antesala de tu mayor encuentro con Dios. En este plan de 30 días aprenderás que el desierto revela, forma, prepara y libera. Lo que parecía tu peor temporada, puede ser el camino hacia la tierra prometida. El desierto no es tu final, es el inicio de algo nuevo.
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