El vino que faltaba

En el relato de las bodas de Caná, el detalle de la falta de vino no es casual. En la cultura judía, el vino era símbolo de alegría, abundancia y bendición divina. Durante una fiesta nupcial, que podía durar hasta siete días, la falta de vino representaba no solo un problema práctico, sino también un fracaso en garantizar la alegría y la plenitud de la celebración.

Este evento nos habla de manera profunda del sacrificio de Jesús. Sin Su sangre, simbolizada precisamente por el vino, no existen las bases para llegar a la verdadera fiesta: la de la salvación eterna. Así como el vino era esencial para completar los días de fiesta, también el sacrificio de Jesús es indispensable para entrar en el séptimo día, es decir, en el reposo y en la alegría eterna con Dios. Este concepto nos recuerda que sin derramamiento de sangre no hay remisión.

María, en esta escena, es una imagen de la Iglesia, que espera con confianza la revelación de la salvación. Su intervención no es casual: con una simple frase, “No tienen vino”, expresa una conciencia espiritual profunda. Es como si la Iglesia, a través de la oración y la espera, dijera: “Señor, el mundo te necesita, sin Ti falta la verdadera alegría”. Esto se conecta con lo que escribe Pablo acerca del anhelo de la creación de ver la manifestación de los hijos de Dios.

Finalmente, no podemos ignorar cómo el primer signo realizado por Jesús, transformar el agua en vino, anticipa la nueva alianza. La Palabra nos recuerda que el vino representa Su sangre, derramada para el perdón de los pecados. Es esta sangre la que transforma nuestra “agua” (la naturaleza humana insuficiente) en una existencia llena de alegría, significado y salvación.