La obediencia que abre los milagros

El milagro de las bodas de Caná comienza con una palabra simple pero decisiva: un mandato de Jesús. Sus instrucciones no son explicadas ni acompañadas de un detalle sobre el resultado final, sino que requieren un acto de fe. Llenar esos recipientes de piedra con agua podía parecer una acción inútil, incluso extravagante.

Sin embargo, los siervos obedecen sin vacilar y, lo que es importante, no se limitan a hacer lo mínimo indispensable. Llenan los recipientes hasta el borde, demostrando una confianza completa y una dedicación absoluta.

Esta escena es una lección sobre la obediencia. Los siervos no sabían qué haría Jesús, pero responden con precisión y celo a Su mandato. Su obediencia es un ejemplo de fe activa, la que abre los cielos a los milagros.

Así como en la multiplicación de los panes y los peces (Juan 6:10-11), Jesús usa lo que ya está disponible, en este caso el agua, para manifestar Su poder. Pero primero, requiere una participación humana: un acto de confianza, de fe y de obediencia.

El hecho de que llenen los recipientes hasta el borde tiene un significado profundo. No se detienen a medio camino, no dudan, sino que responden plenamente al mandato, mostrando que la fe auténtica va más allá de lo necesario.

El milagro no depende de la calidad del agua ni del esfuerzo humano, sino de la palabra y la autoridad de Jesús. Sin embargo, la obediencia humana juega un papel fundamental para hacer visible la obra divina. Esto también aplica a nuestra vida: cuando obedecemos completamente a Dios, sin reservas, abrimos nuestro corazón a Su poder transformador.

Llenar hasta el borde significa tener una fe que no se reserva, que confía incluso sin comprender. Es esta fe, unida a la palabra de Cristo, la que produce el milagro.