Un matrimonio nada regular

Las bodas de Caná se sitúan en un contexto ceremonial lleno de significado, propio del matrimonio judío de la época, que era un evento largo y complejo, esencial para el crecimiento y la prosperidad de la nación de Israel. La celebración se articulaba en tres fases principales.

La primera fase era la del compromiso (Shiddukhin). En este momento las familias de los novios acordaban los términos del vínculo. El novio ofrecía una dote a la familia de la novia, un gesto simbólico que representaba su compromiso y el valor atribuido a la unión.

Seguía la fase de la consagración (Kiddushin), que consistía en una ceremonia formal. Con este rito, la pareja estaba legalmente casada, aunque todavía no comenzaba a convivir. En esta ocasión, el novio entregaba a la novia un objeto, generalmente un anillo, como señal de su compromiso. Después de la fase de consagración, pasaba aproximadamente un año, período durante el cual el novio preparaba una casa para recibir a su futura esposa.

La ceremonia nupcial propiamente dicha (Chuppah) marcaba la unión definitiva. El novio, en una procesión gozosa, se dirigía a la casa de la novia para conducirla al lugar de la celebración. Este momento solemne representaba el inicio de su vida en común.

Finalmente, la fiesta nupcial era una ocasión de gran alegría y comunión, que podía durar hasta siete días. El banquete involucraba a amigos y familiares, y el vino era un elemento central de la celebración, símbolo de abundancia y felicidad.

Fue precisamente durante una de estas festividades cuando comenzó el ministerio público de Jesús. Al tercer día de la fiesta, como narra el Evangelio de Juan, Jesús realizó su primer milagro, transformando el agua en vino y revelando su gloria de manera extraordinaria.