La confianza que precede al milagro

Como en el versículo anterior, todo comienza con una orden de Jesús. Para los siervos, esta nueva instrucción debía parecer aún más extraña: sacar agua de los recipientes y llevarla al maestro de la fiesta. No había ninguna lógica aparente en este gesto. Sin embargo, una vez más, los siervos obedecen sin discutir. Su obediencia, en este caso, requiere también coraje: entregar agua, haciéndola pasar por vino, podía fácilmente exponerlos al ridículo o a una severa reprensión.

Esta escena nos habla de una fe que confía en las palabras de Cristo incluso cuando no comprende. Los siervos no tenían idea de que el agua ya se había transformado en vino, y aun así actúan. Esto nos recuerda a Abraham, quien obedeció la voz de Dios sin saber adónde lo llevaría. La obediencia confiada a menudo implica el riesgo de ir contra el sentido común, pero es precisamente en ese riesgo donde se manifiesta la gloria de Dios.

Los siervos, con su gesto simple y casi ordinario, estaban contribuyendo a un milagro extraordinario. Así obra Dios a menudo: usa actos humildes y cotidianos para realizar obras grandiosas. Como en la multiplicación de los panes y los peces, donde un simple almuerzo se transforma en abundancia, aquí el agua común se convierte en vino de excelente calidad.

Un detalle importante es la actitud de los siervos: no buscan comprender todo, no se preocupan por lo que podría decir el maestro de la fiesta ni por quién asumiría la responsabilidad de un posible fracaso. Ellos obedecen, dejando a Jesús la tarea de revelar Su poder. Esto nos enseña que, cuando seguimos las palabras del Señor, no debemos temer la opinión ajena ni preocuparnos por el resultado.

La fe de los siervos, que se traduce en acción, nos invita a confiar en Jesús incluso cuando no vemos inmediatamente el milagro. A veces, es en el simple acto de obedecer donde Su gloria se manifiesta.