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El desierto te enseña a contar bendiciones
El desierto tiene dos caras: una árida y difícil que saca a flote nuestras quejas, y otra donde brilla la fidelidad de Dios. Israel conoció ambas. Mientras caminaban, se quejaban porque sentían que les faltaba todo: agua, pan, carne, dirección. Sin embargo, el salmista recuerda que allí mismo, en medio de la escasez, Dios abrió mares, partió rocas, hizo llover pan y envió codornices. De día nube, de noche fuego. Una lista interminable de milagros que muestran cómo Dios se aseguró de que no les falte nada (Salmo 78).
Lo curioso es que, aunque Dios hizo tanto por ellos, el pueblo vivía más pendiente de lo que faltaba que de lo que ya tenían. ¿Te suena familiar? Es que a todos nos pasa. El desierto es incómodo, y en la incomodidad solemos enfocarnos más en la carencia que en la provisión. Pero el desierto también es la mejor escuela para aprender a contar bendiciones.
En Horeb, Moisés golpeó la roca y brotó agua para saciar la sed del pueblo. Fue un recordatorio claro, en el lugar más seco Dios puede abrir un manantial. Literalmente, desde el cielo desértico, llovía pan como si fueran copos. En la fría noche de esa aridez, una columna de fuego iluminaba el campamento. Y en el día, una nube cubría del calor implacable.
Cada milagro llevaba una enseñanza: la provisión no viene de lo que controlas, sino de confiar en quién te sostiene. Israel debía aprender que Dios no era un proveedor ocasional, sino un Padre constante. Y la mejor respuesta frente a eso no era quejarse, sino agradecer.
La gratitud cambia la perspectiva
Durante la cuarentena rígida que vivimos unos años atrás, parecía que todo se paralizaba. La ansiedad estaba a flor de piel: ¿qué vamos a comer? ¿qué pasará con el trabajo? ¿qué pasará con la iglesia? Fue un tiempo difícil, pero también fue una oportunidad para detenernos y contar bendiciones. Descubrimos que, aunque las puertas estaban cerradas, Dios seguía abriendo caminos. Aunque estábamos aislados, Él nos acompañaba. Aunque la rutina parecía asfixiante, su provisión llegaba de formas inesperadas.
Otra temporada que recuerdo con claridad fue cuando me tocó ser amo de casa por tres años. Podría haberme quejado, porque no era lo que había soñado, pero aprendí a ver ese tiempo como un privilegio: preparar comidas, ordenar la casa, estar más presente en la vida de mis hijas, verlas crecer en primera fila. No era lo que pedí, pero terminó siendo una bendición disfrazada. Contar bendiciones me permitió ver que no era un retroceso, sino una inversión de amor. Creo que no atesoro tanto otra época de mi vida como esa.
La queja te ata a lo que falta. La gratitud te abre los ojos para ver lo que ya tienes. Deuteronomio 8:4 recuerda que durante cuarenta años la ropa de Israel no se gastó y sus pies no se hincharon. Tal vez no tenían lo que querían, pero tenían lo que necesitaban.
Hoy podría pasarte lo mismo. Quizás piensas que tu trabajo no es suficiente, pero para alguien desempleado, tu puesto es un sueño. Quizás tu casa no es la que soñabas, pero para alguien sin techo, tu hogar es un palacio. Tu salud, aun con limitaciones, es el anhelo de un enfermo. Tu familia, con sus imperfecciones, es el regalo que muchos desearían.
La gratitud no niega las dificultades. Lo que hace es quitar los ojos ansiosos de lo que falta y ponerlos en Cristo, el que nunca falla.
Reflexión
¿Quieres vencer la ansiedad? Haz un ejercicio práctico: escribe diez bendiciones que Dios te ha dado en esta semana. Verás cómo la lista crece más de lo que imaginabas. Cuando eliges recordar su fidelidad, tu corazón se llena de paz y tu boca de alabanza.
El desierto no se convierte en un oasis porque agradeces. Pero tu corazón se transforma: de queja a confianza, de ansiedad a descanso. El desierto deja de ser un lugar de muerte para convertirse en una escuela de vida.
👉 ¿Cuáles son las bendiciones que Dios te ha dado en esta temporada y que quizá estabas pasando por alto?
👉 ¿De qué manera puedes cultivar un hábito diario de gratitud para transformar tu forma de enfrentar el desierto?
About this Plan

¿Qué haces cuando la fe se seca? Cuando orar ya no emociona, la iglesia cansa y Dios parece distante. Eso se llama ‘desierto’, y lejos de ser un castigo, puede convertirse en la antesala de tu mayor encuentro con Dios. En este plan de 30 días aprenderás que el desierto revela, forma, prepara y libera. Lo que parecía tu peor temporada, puede ser el camino hacia la tierra prometida. El desierto no es tu final, es el inicio de algo nuevo.
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