El vino bueno

Cada hombre intenta presentarse delante de Dios con su propio “vino”, símbolo de sus obras, de su justicia y de sus oraciones. Pero este vino no es suficiente para satisfacer las expectativas celestiales. Algunos comienzan bien, con sinceridad y fervor, pero con el tiempo su vino se agota o se diluye, perdiendo calidad. La fragilidad humana se revela con el tiempo: lo que parece válido al principio se muestra insuficiente ante la santidad de Dios.

En contraste, el vino de Jesús es perfecto y nunca falla. Él no solo proporciona el mejor vino, sino que lo mantiene puro hasta el final. Su oración llega perfectamente a los lugares celestiales, mientras que las de los hombres a menudo se rompen, son débiles e incompletas. Cuando Jesús oró por Sus discípulos y por todos los creyentes, Su intercesión fue perfecta y plenamente agradable al Padre. Él es el sumo sacerdote que ofrece no solo oraciones, sino también un sacrificio perfecto, suficiente una vez por todas.

El vino también es imagen del Evangelio. El hombre puede comenzar con una comprensión clara de la salvación por gracia, pero luego la diluye con lógicas humanas, agregando reglas, tradiciones o filosofías que la alteran. La historia demuestra cómo a menudo el mensaje puro de la salvación se ha mezclado con conceptos ajenos, perdiendo su poder original. Cristo, en cambio, mantiene puro el mensaje de la salvación hasta el final, sin compromisos y sin perder su eficacia transformadora.

Este versículo no es solo el relato de un milagro, sino también una poderosa metáfora de la condición humana y de la obra perfecta de Cristo. No podemos ofrecer a Dios un vino que esté a Su altura, pero Jesús lo hace por nosotros. Solo quien se fía de Él puede saborear el mejor vino, aquel que satisface plenamente al Padre y que permanece perfecto hasta el final.