Camino, no meta

La santidad no es un destino que se alcanza en un día, sino un viaje diario. No existe una meta con el cartel de “¡Felicidades, ahora eres oficialmente santo!”. No, no funciona así. Es más como un camino de montaña, lleno de subidas, bajadas, tropezones, pero también vistas que te dejan sin aliento.

¿Alguna vez has visto crecer un árbol a simple vista? Obviamente no. Pero eso no significa que no esté creciendo. Lo mismo ocurre con tu vida espiritual. Cada vez que eliges leer la Biblia en lugar de pasar una hora en TikTok, cada vez que decides orar en lugar de quejarte, cada vez que eliges perdonar en vez de vengarte — estás creciendo. Tal vez no lo veas de inmediato, pero algo se está moviendo por dentro. Las raíces se extienden. La fe se fortalece.

Y sí, a veces sentirás que tropiezas más de lo que avanzas. Sucede. Es parte del camino. Pero Dios no está con una libreta en la mano contando cuántas veces fallas. Lo importante no es cuántos pasos das sin tropezar, sino que nunca te detengas. Que sigas caminando, incluso con las rodillas raspadas.

La santidad no es “cero manchas”, sino “cero excusas”. Es tener un corazón dispuesto a levantarse, a ser moldeado, a elegir a Cristo incluso cuando sería más cómodo elegir otra cosa.

En resumen, no necesitas ser perfecto para ser santo. Necesitas ser genuino. Necesitas decir: “Señor, aquí estoy, no soy todo lo que quisiera ser... pero camino contigo, cada día”. Y eso, querido amigo, ya es santidad en acción.

Ora esta sencilla oración:
Padre, ayúdame a no desanimarme en los días lentos. Haz crecer en mí la sed de caminar contigo, un día a la vez. Hazme perseverar, incluso cuando no vea fruto.