¿Poder? Primero, consagración

¿Quién no desea ver milagros, respuestas poderosas, una fe que mueve montañas y oraciones que sacuden el cielo? Vamos, seamos sinceros: todos queremos vivir una vida cristiana “de fuego”, llena de unción y autoridad. Pero hay un pequeño detalle, muchas veces ignorado: todo ese poder tiene una raíz oculta... se llama consagración.

Sí, justamente esa palabra que suena un poco como “aislamiento espiritual” o “renuncias dolorosas”. Pero no es tan trágica como parece. La consagración no es un castigo, es una preparación. Es como entrenarse para una maratón: a nadie le gusta el esfuerzo, pero todos quieren la medalla. La santidad es tu “entrenamiento espiritual”, y sin ella, la unción corre el riesgo de ser solo una apariencia.

La oración que mueve el cielo no depende de cuán fuerte grites (¡aunque a veces una oración intensa hace bien!), sino de cuánto tu vida está alineada con el corazón de Dios. La verdadera autoridad no se mide en decibelios, sino en fidelidad. ¿Y el diablo? Él no le teme a las frases impactantes ni a los posts espirituales en Instagram. Él teme al cristiano que camina cada día en obediencia, en silencio tal vez, pero con firmeza.

¿Quieres una vida que dé fruto? Entonces trabaja en la raíz. Cuida tu comunión con Dios más que cualquier otra cosa. Elige renunciar a lo que enfría tu espíritu. Alimenta cada día tu pasión por Jesús, incluso con pequeñas decisiones cotidianas. Porque el poder de Dios se manifiesta sobre un terreno consagrado, no por casualidad.

La santidad es el secreto mejor guardado detrás de toda vida verdaderamente poderosa.

Ora esta sencilla oración:
Señor, no quiero solo emociones, sino transformación. Haz de mi vida una vela encendida, no una llama pasajera. Conságrame para ser poderoso en Tu nombre.