Regenera y santifica

El Espíritu Santo es Quien trae regeneración y santificación a la vida del creyente, posibilitando una transformación interior que refleja la naturaleza de Dios.

La regeneración es el proceso de nuevo nacimiento espiritual; como Jesús enseñó a Nicodemo: si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3:5).

Es el Espíritu Santo quien nos hace “nuevas criaturas” en Cristo, provocando un cambio profundo en el corazón, trasladándonos de la muerte espiritual a la vida en Dios.

Este nuevo nacimiento sólo es el comienzo del camino de santificación, un proceso continuo en el que el Espíritu nos transforma para moldearnos cada vez más a la imagen de Jesús.

El apóstol Pablo describe a los creyentes como “escogidos por Dios Padre, en santificación del Espíritu Santo”, subrayando cómo la santificación es obra del Espíritu y de nuestra voluntad (2 Tesalonicenses 2:13).

El Espíritu Santo nos guía, corrige y da la fuerza para vivir según los estándares de Dios.

A través del fruto del Espíritu —amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio— nuestra vida se va conformando.

Ese fruto no nace de nuestro esfuerzo, sino del trabajo del Espíritu Santo en nosotros.

Pablo enfatiza que Dios nos eligió para ser salvos mediante la santificación operada por el Espíritu (2 Tesalonicenses 2:13).

La santificación requiere colaboración: el Espíritu nos exhorta, y nosotros respondemos.

A medida que confiamos en Su guía, Él nos libera progresivamente del poder del pecado, capacitándonos para vivir una vida sana y santa.

El proceso de santificación continúa hasta el día en que seamos plenamente transformados a la imagen de Cristo, para la gloria de Dios.