Una vida de intimidad con DiosSample

No tengo otras manos sino las tuyas
“La gloria del SEÑOR entró al templo... y llenó el templo... El SEÑOR me dijo: “...este es el lugar de mi trono... Viviré aquí para siempre...’”, Ezequiel 43:4-7 (NTV).
En una pequeña iglesia de una ciudad francesa había una estatua de Jesús con sus manos extendidas. Se cuenta que un día, durante la segunda guerra mundial, una bomba cayó cerca de la estatua destruyéndola por completo. Cuando finalizó la guerra, los ciudadanos del pueblo decidieron buscar todas las piezas de la amada imagen y reconstruirla; pero al hacerlo se encontraron con un problema, no hallaron las manos de la estatua. “Un Cristo sin manos no es de ninguna manera un Cristo; necesitamos una estatua nueva”, dijo uno. Pero alguien tuvo una mejor idea que finalmente prevaleció. Colocaron una placa dorada en la base de la estatua que decía: “No tengo otras manos mas que las tuyas”. Esta frase encierra una gran verdad: a través de nosotros, Cristo sirve al mundo.
Solo somos sensibles a los que nos rodean cuando Dios está en el centro de nuestra vida. En otras palabras, el servicio deriva de la comunión. Cuanto más Dios posea de ti, más servirás a los demás: “...No hace falta que seas poderoso, ni necesitas un gran ejército; lo único que necesitas es mi espíritu. Yo soy el Dios todopoderoso, y te aseguro que así es”, Zacarías 4:6 (TLA).
Si piensas que lo tienes es poco y la necesidad te supera, ¡confía en Dios y en su provisión! Deja de mirar lo que falta. Tú posees la fuerza espiritual y las energías que Dios te ha dado para cumplir con tu propósito. ¡Úsalas! Ninguna otra cosa es necesaria cuando Dios sopla en tu dirección. Tu confianza debe ser más grande que tus temores, pues Dios nunca te pedirá que hagas algo sin darte los recursos para llevarlo a cabo. Lo único que necesitaba Moisés para liberar al pueblo era la presencia del gran Yo Soy. Sin embargo, Moisés se esforzaba por hacerle saber a Dios que no poseía los atributos para semejante misión. Presentaba excusas para no obedecer. Dios no necesita que tú le digas lo que no tienes. Lo único que quiere saber es si puedes ofrecer lo que ya te ha dado. “...Antes ustedes esclavizaron su cuerpo a la corrupción y a la desobediencia, y eso los llevaba a desobedecer aún más; ahora deben entregar su cuerpo al servicio del bien y vivir solo para Dios”, Romanos 6:19, PDT.
“Amado Señor perdóname por mirar lo que no tengo, en vez de confiar en tu abundancia. Hoy rindo lo que me has dado para servirte con pasión y amor, en el nombre de Jesús. Amén”.
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Cada día es una oportunidad para experimentar la presencia del Señor. Dios mismo es quien te extiende la dulce invitación para el encuentro santo: "Mi corazón te ha oído decir: «Ven y conversa conmigo». Y mi corazón responde: «Aquí vengo, SEÑOR»" (Salmo 27:8).
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