Una vida de intimidad con DiosSample

Los principios de la revelación
“Ahora bien, en Jerusalén había un hombre llamado Simeón, que era justo y devoto, y aguardaba con esperanza la redención de Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había revelado que no moriría sin antes ver al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo. Cuando al niño Jesús lo llevaron sus padres para cumplir con la costumbre establecida por la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios...”, Lucas 2:25-28 (NVI).
De Simeón se conoce poco. No era sacerdote, solo un laico. Vivía en una época histórica difícil. Israel había perdido la independencia política y el gobierno de Herodes era extremadamente cruel. Los líderes religiosos carecían de influencia y hacía más de 400 años que Dios permanecía en silencio. En medio de este adverso escenario encontramos a un creyente fiel, devoto y en íntima comunión con el Espíritu Santo. Como consecuencia de su dependencia, Dios le había revelado que no moriría sin ver al Mesías. Aquí tenemos a un anciano sostenido por una grandiosa promesa: ¡ver con sus propios ojos a su Señor!
Y ese día llegó. Este Jesús que había estado velado en el Antiguo Testamento ahora aparece revelado ante los ojos de un hombre fiel. El salvador proclamado por siglos a través de los profetas ahora aparece encarnado ante la mirada de un anciano que llora, canta y alaba ante semejante privilegio. ¡Qué emoción cuando al Espíritu Santo habla directamente a nuestro corazón! Esa fue la experiencia de Simeón. Así nos pasará a nosotros si imitamos su consagración.
Cinco aspectos a destacar de este encuentro majestuoso entre el anciano Simón y un bebé de días con toda la potencia del cielo. A saber, 1) Simón esperaba con fe la llegada del Salvador. Su expectativa estaba fundada en la promesa que el mismo Espíritu Santo le había dado. 2) Fue cabalmente cumplida en ese sobrenatural encuentro. 3) Lo tomó en sus brazos y reconoció que estaba frente al Mesías prometido. No precisó que alguien le dijera algo. Dios mismo se reveló ante sus ojos. 4) Sus ojos vieron más allá de la escena presente. Simón tenía luz interior porque cultivaba la comunión con el Espíritu. Muchos otros estuvieron en el mismo lugar, pero carecieron del entendimiento espiritual. Simón vio la gloria de Dios en el niñito Jesús. 5) En el espíritu de profecía proclamó el futuro del Señor.
Medita en tu corazón: ¿Te has abrazado al Mesías reconociendo que en Él está la salvación? ¿Tienes luz interior? ¿Reconoces la presencia del Espíritu Santo en tu vida? ¿Estás aguardando con expectación y en adoración el cumplimiento de todas sus promesas? Dios anhela una consagración mayor y una intimidad creciente.
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Cada día es una oportunidad para experimentar la presencia del Señor. Dios mismo es quien te extiende la dulce invitación para el encuentro santo: "Mi corazón te ha oído decir: «Ven y conversa conmigo». Y mi corazón responde: «Aquí vengo, SEÑOR»" (Salmo 27:8).
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