Cuando El Miedo Nos Roba El SueñoSample

¡Dios es más grande!
Déjame compartir una historia que me impacto:
A las 8:17 de la noche del día 3 de marzo de 1943, las sirenas que advierten de un bombardeo sonaron a todo volumen sobre Londres, Inglaterra. Los trabajadores y los que iban de compras, se detuvieron en las aceras y miraron al cielo. Los autobuses se detuvieron y los pasajeros se bajaron. Los conductores hicieron chirriar los frenos y salieron de sus automóviles. A la distancia se podían escuchar tiroteos. La artillería antiaérea cercana disparó una salva de cohetes. Las multitudes en las calles comenzaron a gritar. Otros se cubrían la cabeza y gritaban: «¡Están empezando a caer!». Todo el mundo miraba hacia arriba para atisbar los aviones enemigos. El hecho de que no vieron ninguno, no hizo nada por frenar la histeria.
La gente corría hacia la estación subterránea Bethnal Green, donde más de quinientos ciudadanos ya se estaban refugiando. En los próximos diez minutos, mil quinientas personas más se unirían a ellos.
Los problemas comenzaron cuando una oleada de los que buscaban seguridad se precipitó al mismo tiempo en la escalera de entrada. Una mujer que llevaba en brazos a un bebé dio un traspié en uno de los disparejos diecinueve escalones que conectaban con la calle. Su caída detuvo al flujo de gente que quería bajar, causando un efecto dominó en otros que cayeron sobre ella. En unos segundos, cientos de horrorizadas personas estaban cayendo juntas, apilándose como ropa para lavar en un canasto. Las cosas empeoraron cuando los que llegaban tarde pensaron que estaban siendo bloqueados en forma deliberada para que no entraran (no fue así). Así que comenzaron a empujar. El caos duró menos de un cuarto de hora. Desenredar los cuerpos tomó hasta la medianoche. Al final, ciento setenta y tres personas, entre ellas hombres, mujeres y niños, murieron.
No había caído ni una bomba.
Las balas no mataron a la gente. Las mató el miedo.
Así como en aquella historia, muchas veces lo que realmente nos está destruyendo no es lo que sucede, sino lo que tememos que pueda suceder… aun si nunca pasa.
Hay una estampida de miedo allá afuera. No permitamos que nos arrastre. Mantengamos la calma: reconozcamos el peligro, pero sin dejarnos abrumar; identifiquemos las amenazas, pero elijamos escuchar una voz diferente… la voz de Dios.
Cuando Dios es grande, nuestros temores se vuelven pequeños.
A medida que nuestra visión de Él crece, los miedos de la vida se desvanecen. ¡Él no cambia; los que cambiamos somos nosotros!
Por último, discierne y confía. Pregúntate: ¿Esto que siento es lo que realmente es, o es sólo lo que percibo?
Identifica todos los temores y mentiras que has estado creyendo, y sustitúyelos por la verdad de Dios.
Escucha lo que Él dice acerca de lo que sientes o piensas, y entonces llena tu mente y tu corazón con esa verdad, hasta que desplace toda voz de engaño y temor.
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Como cristianos, debemos entender que no es la ausencia de tormentas lo que distinguirá nuestras vidas. Las pruebas, los momentos de incertidumbre y el dolor tocan la puerta de todos. La diferencia no está en si enfrentamos o no dificultades, sino en a quién descubrimos en medio de ellas.
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