Vacío vs Abundancia

Una vez más, Mical y Betsabé representan dos caminos de vida opuestos: el vacío y la esterilidad por un lado, la fecundidad y la herencia espiritual por el otro. Mical, hija de Saúl y esposa de David, vivió en los palacios del rey, pero no dejó ninguna huella duradera en la historia de Israel. Su nombre aparece como una figura de paso, recordada más por su desprecio hacia David que por una contribución concreta a la nación. No solo no tuvo hijos, sino que su esterilidad también fue símbolo de una vida sin fruto, de un corazón cerrado e incapaz de generar algo bueno para el futuro.

Por el contrario, Betsabé, aunque vivió momentos difíciles y controvertidos, se convirtió en una figura central en la historia de Israel. Aunque su primer hijo con David murió, su camino no se detuvo en el dolor. Dios la bendijo con cuatro hijos, y dos de ellos, Salomón y Natán, llegaron a ser fundamentales para la descendencia mesiánica. A través de su linaje, Betsabé contribuyó directamente a la venida de Jesús, dejando una huella eterna en la historia de la salvación.

Mical vivió en los palacios, pero su corazón permaneció estéril. No influyó en el curso de los acontecimientos, ni dejó herederos que pudieran continuar una descendencia significativa. Betsabé, en cambio, a pesar de los errores y el dolor, halló gracia ante los ojos de Dios, y su obediencia y humildad le permitieron ser parte de un proyecto divino más grande.

Mientras Mical desaparece de las páginas de la Biblia sin dejar herencia, Betsabé se convirtió en madre de un rey glorioso y antepasada del Rey de reyes. La diferencia entre las dos no está solo en la descendencia física, sino en su actitud hacia Dios: una se cerró en el desprecio y la amargura, la otra se abrió a la gracia y al plan divino.