Desprecio vs Humildad

Cuando David llevó el arca del Señor a Jerusalén, Mical lo observó desde la ventana y sintió desprecio al ver a su esposo danzar con alegría delante del pueblo y de los siervos. A sus ojos, un rey no debía humillarse de esa manera, confundiéndose con sus propios súbditos. Su reacción reveló no solo su desprecio hacia David, sino también hacia quienes lo servían con humildad y devoción. Su visión del reino seguía ligada al orgullo y a la forma exterior, más que a la voluntad de Dios. No lograba comprender que la verdadera grandeza no reside en la apariencia, sino en la comunión con Dios y en la capacidad de adorarlo con sinceridad. Su corazón estaba prisionero de una idea de realeza basada en la distancia y la imponencia, en lugar de la humildad y el servicio.

Betsabé, en cambio, aceptó las palabras de los siervos del rey sin rebelarse. Cuando David la mandó a llamar, ella obedeció, mostrando una actitud de sumisión que, aunque formaba parte de un episodio doloroso y controvertido, revelaba una disposición opuesta a la de Mical. Su vida estuvo marcada por momentos de gran sufrimiento, pero también por un crecimiento interior que la llevó a asumir un papel importante en la historia de Israel. Más adelante, demostró nuevamente respeto hacia los siervos del rey, aceptando la decisión de David de proclamar a Salomón como su sucesor e interviniendo con sabiduría para asegurar el futuro del reino.

Mical simboliza a quien vive en el juicio y el desprecio, incapaz de reconocer la voluntad de Dios, mientras que Betsabé representa a quien, aun atravesando situaciones difíciles, mantiene un corazón dispuesto a la obediencia. Mientras Mical quedó estéril, no solo físicamente sino también espiritualmente, Betsabé dio a luz a Salomón, quien llevaría a Israel a una época de gran prosperidad. Esto demuestra que un corazón humilde y abierto a la voluntad de Dios da fruto, mientras que un corazón lleno de desprecio y orgullo permanece árido y sin herencia.