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Altura – El amor que nos eleva hasta Dios

La altura del amor de Dios representa su poder salvador que no solo nos redime, sino que nos eleva a una nueva dimensión de vida y comunión con Él. Efesios 2:6 (RVR1960) nos recuerda: “Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”. Este versículo subraya que el amor de Dios no solo nos saca del pecado, sino que nos eleva hasta participar de su misma gloria y presencia.

El amor que eleva es un amor transformador. No estamos llamados a permanecer en la tierra, esclavos de nuestras debilidades o prisioneros de las circunstancias terrenales, sino a vivir una vida nueva, rica en significado y poder espiritual. El amor de Dios nos eleva más allá de los límites de nuestra condición humana y nos da acceso a una profunda comunión con Él, una intimidad que supera todo entendimiento.

Esta altura no es solo una realidad futura, sino también presente. A través de Cristo, ya hemos sido espiritualmente elevados y colocados “en los lugares celestiales” (Efesios 2:6). Esto significa que, incluso en la vida cotidiana, estamos llamados a vivir como ciudadanos del cielo, a llevar con nosotros la conciencia de nuestra dignidad y de nuestro destino eterno. El amor de Dios nos da fuerza para superar las dificultades, para enfrentar los desafíos con fe y esperanza.

Además, la altura del amor de Dios nos recuerda que nuestro camino de fe tiene una meta sublime: la comunión eterna con Él. No solo somos amados, sino también elevados a participar de su gloria. Esto nos da una profunda motivación para perseverar, para crecer en la fe y para vivir de manera que nuestra vida refleje el amor y la santidad de Dios.

En resumen, la altura del amor de Dios nos invita a mirar más allá del presente, a vivir con la mirada puesta en el cielo, seguros de que el amor que nos ha salvado es el mismo que nos eleva a una vida plena, libre y en comunión eterna con el Señor.