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Siervo, ¿Yo?Sample

Siervo, ¿Yo?

DAY 2 OF 6

Un Llamado a Servir: Aprendiendo del Ejemplo de Epafras
Pablo comienza esta carta con un saludo especial y un reconocimiento a las cualidades espirituales de los creyentes en la iglesia de Colosas, leemos:

"Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad" (Colosenses 1:3–7 RVR1960).

¡Qué hermoso testimonio el que Pablo comparte! Él ha escuchado de la fe genuina de estos creyentes, de su amor entre hermanos, de su esperanza fundamentada en el evangelio, y de cómo están dando fruto espiritual desde que conocieron la gracia de Dios. Es un pasaje que nos muestra una iglesia viva, madura, transformada por el mensaje de Cristo.

Pero hay un detalle fundamental en esta historia: todas estas virtudes florecieron gracias a la labor de un siervo fiel, alguien que dedicó su vida a servir a Dios y a su pueblo. Ese hombre es Epafras. Pablo lo presenta con estas palabras: "Como lo habéis aprendido de Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de Cristo para vosotros, quien también nos ha declarado vuestro amor en el Espíritu" (Colosenses 1:7-8 RVR1960).

Este breve testimonio encierra una riqueza profunda. Epafras aparece solamente tres veces en el Nuevo Testamento: dos veces en Colosenses y una vez en Filemón. Sin embargo, en esas menciones vemos a un hombre de fe, entregado, humilde, y digno de ser imitado.

Tres características que definen a Epafras:

1. Consiervo amado
Cuando Pablo lo llama “consiervo”, está señalando una verdad poderosa: ambos servían al mismo Señor. No hay jerarquías humanas en este llamado. Aunque Pablo era un apóstol, plantador de iglesias y autor de gran parte del Nuevo Testamento, reconocía a Epafras como un igual, como un compañero en el servicio al Señor.

Esta expresión nos recuerda que en el Reino de Dios no hay lugar para la competencia espiritual. Todos somos llamados a ser siervos, con distintos dones y tareas, pero al mismo nivel de dignidad y propósito. Somos consiervos. Esta comprensión sana el orgullo y promueve la unidad. El mismo Jesús, siendo Dios, no se aferró a su divinidad, sino que se despojó y tomó forma de siervo (Filipenses 2:3–7)

2. Fiel ministro de Cristo
Pablo no solo reconoce la igualdad de Epafras como consiervo, sino que además destaca su fidelidad. Un ministro fiel no es alguien que sirve solo cuando es cómodo, cuando hay reconocimiento o recompensa, sino alguien que permanece firme en su labor, obediente a Dios, constante en la tarea que se le ha encomendado.

Epafras fue fiel en predicar el evangelio en Colosas, en discipular a los creyentes, y en compartir con Pablo el testimonio de la obra del Espíritu en esa comunidad. Su vida es un reflejo de compromiso duradero, no de entusiasmo pasajero.

Hoy más que nunca, la Iglesia necesita siervos fieles. No necesariamente grandes predicadores o figuras públicas, sino creyentes dispuestos a amar, servir, orar, enseñar, corregir y acompañar... con fidelidad. En el hogar, en el trabajo, en la comunidad, y sí, también en la iglesia.

3. Observador del amor en el Espíritu
Epafras no sólo sembró la Palabra en Colosas, también tuvo la sensibilidad para reconocer el amor entre los hermanos. Le compartió a Pablo lo que veía: creyentes que se amaban en el Espíritu. Y esto también es parte del servicio: saber ver lo bueno en los demás, dar testimonio del fruto de Dios en otros, animar, edificar con nuestras palabras.

La vida de Epafras nos recuerda que servir no es simplemente una función en la iglesia. Es una actitud de vida, un compromiso que trasciende los muros del templo. Servimos en la casa, en el trabajo, en el vecindario. Servimos con nuestras palabras, con nuestras acciones, con nuestra disposición. No se trata de un título, sino de un corazón dispuesto.

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Siervo, ¿Yo?

Antes de conocer a Cristo, ¿habías escuchado la palabra siervo? Y si la habías oído, ¿con qué la relacionaste? Tal vez pensaste en alguien inferior a otro, en una persona sin educación, alguien a quien se podía maltratar o hablarle con rudeza. Quizás imaginaste a una persona sometida, dispuesta a obedecer sin cuestionar todo lo que su amo le demandara. O, tal vez, pensaste en alguien entregado al servicio de Dios.

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