LA HISTORIA

Este devocional nace de una historia muy conocida por muchos, pero que hace unos meses cobró vida en mí de una forma especial.

La historia relata que Pablo y Silas iban camino a un lugar de oración cuando se encontraron con una joven esclava que tenía un espíritu de adivinación. Esta muchacha era utilizada por sus amos para obtener grandes ganancias, ya que ofrecía adivinaciones a la gente.

Durante varios días, la joven siguió a Pablo y Silas gritando cosas sobre ellos y su fe, hasta que Pablo, cansado de la situación, reprendió al espíritu en el nombre de Jesús, y este salió de ella.

Al ver que sus ganancias se habían perdido, los amos de la joven se enfurecieron y acusaron a Pablo y Silas de alterar el orden y enseñar costumbres ilegales para los romanos. Sin escuchar defensa alguna, las autoridades ordenaron que les arrancaran las ropas y los golpearan con varas. Después de esto, fueron encarcelados injustamente.

No se detallan las horas que pasaron entre que fueron encarcelados y la medianoche; solo sabemos que, en ese momento, Pablo y Silas oraban y alababan a Dios, mientras los demás prisioneros los escuchaban.

De pronto, un gran terremoto sacudió los cimientos de la cárcel; todas las puertas se abrieron y las cadenas de todos se soltaron.

El carcelero, al despertar y ver las puertas abiertas, pensó que los prisioneros habían escapado y, sabiendo que sería castigado con la muerte, decidió quitarse la vida. Pero Pablo lo detuvo y le gritó: “¡No te hagas ningún daño! Todos estamos aquí.”

Aquel hombre, temblando, pidió luz, corrió hacia ellos y preguntó: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”

Pablo le respondió: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa.”

Esa misma noche, el carcelero los llevó a su casa, les lavó las heridas y creyó con toda su familia.

El mismo hombre que unas horas antes había atado sus pies y los había enviado al calabozo más profundo, ahora los cuidaba.

REFLEXIÓN

Esta historia tiene muchos matices, pero quiero detenerme en esas horas dentro de la cárcel, sobre las que poco se nos cuenta. Solo sabemos que hubo oración y alabanza… y eso lo dice todo.

Nunca he estado en una cárcel real, pero creo entender lo que representa en esta historia y en nuestras vidas: soledad, injusticia, heridas, oscuridad.

Y aunque quizás muchos de nosotros nunca pisemos una prisión, todos hemos vivido momentos que se sienten como una: un encierro emocional o espiritual del que parece imposible salir.

Yo he conocido ese tipo de cárceles: lugares oscuros, con grietas que no debería tener, sin control de nada y sin certeza del mañana. En esas cárceles, la esperanza se apaga lentamente y la fe parece desvanecerse con el paso de los días.

Pero con Pablo y Silas aprendemos algo profundo: la alabanza y la oración son las llaves de la libertad.

No es el contexto el que nos libera, ni las circunstancias, ni la justicia humana. La esperanza se encuentra en la alabanza, y la respuesta nace en la oración.

Estoy segura de que Pablo también tuvo dudas, miedo e incluso rabia. Aun así, eligió alabar.

Cuando todo te impulsa a rendirte y a mirar tus heridas con dolor, es el momento de levantar la vista y ver más allá de los muros, del techo y de la oscuridad.

Es el momento de llenar ese lugar de alabanza, una alabanza tan fuerte que atraviese los muros y toque a quienes escuchan.

Porque sí, impacta alabar en medio del dolor. Habla de en quién hemos creído: un Dios que no solo está en los jardines floridos, en los lugares altos y en las victorias, sino también en las cárceles, los desiertos y las noches oscuras.

Ahí, en esos lugares, nos enseña a depender de Él.

Y justo después de esa dependencia viene la respuesta:

Dios derriba los muros que parecían imposibles, abre las puertas y nos invita a avanzar, no solos, sino más dependientes de Él.

En ese caminar, volvemos a ver milagros: personas creen, corazones sanan y perdones que parecían irracionales.

Incluso podemos llegar a amar y perdonar a quienes un día nos ataron y nos hirieron.