Oración inicial: “Hasta que tú digas”

Papá,

existe un muro frente a mí,

que se alza más alto que mis ojos.

Un muro gris, ajeno al color,

que jamás oyó hablar de arcoíris.

Un muro que me impide ver los jardines

que sé que me esperan más allá.

Papá,

existe un muro frente a mí,

ante el que dejo de ser.

Lo miro desde el suelo,

tratando de entender dónde termina,

intentando descubrir dónde comienza.

He golpeado sus paredes con manos cansadas,

hasta entender que no se trata

de mis fuerzas ni de mi voluntad.

Papá,

existe un muro infinito e incomprensible,

y frente a él yo no soy nada.

Pero tú…

tú haces florecer jardines a través de grietas,

tú haces obras de arte en muros grises,

tú derribas lo imposible con solo una palabra.

De rodillas me trajiste hasta aquí

para recordarme que no se trata de mí:

eres tú.

Eres tú el puente,

la solución y la meta.

Así que, mientras tanto,

te alabo.

Te alabo con las fuerzas de quien nada más puede hacer.

Te alabo con la convicción de quien de ti depende.

Te alabo con la certeza de que mi primer y último aliento

proclamará tu nombre.

Te alabo porque, incluso si este muro no cae,

llenaré sus paredes de alabanzas;

entendiendo que la meta no está más allá de él,

entendiendo que ni siquiera los jardines son lo que espero.

Entendiendo que, si este muro es necesario,

sí en su sombra me acercas a lo eterno,

entonces aquí me quedo,

hasta que tú digas.