SIMPLE: Regresando a La Esencia De La PascuaSample

La resurrección: la conexión a la identidad de Cristo

Juan 14:6; Juan 1:12; Romanos 8:38-39

Hace algunos años no me imaginaba que podía estar escribiendo sobre la importancia de la resurrección y de lo trascendente que es para mi vida como cristiana. Cuando escuché hablar de Jesús por primera vez, fue como un relato de Navidad, luego que era el Hijo de Dios y que podía perdonar mis pecados. Escuché también que me amaba y que daría su vida por mí. Me dijeron que Jesús había muerto para que yo tuviera vida eterna. Pero murió. ¿Y luego? ¡Resucitó!

La resurrección cambió todo en mí. Percatarme que mi fe no estaba puesta en una tradición o en rituales “religiosos”; mi fe está puesta en Cristo. La realidad es que existe suficiente evidencia que puede probar la resurrección de Cristo como un hecho. Me gusta lo que escribió Josh McDowell, en su libro Evidencias del Cristianismo: “La resurrección de Jesucristo y el cristianismo se sostienen o caen juntos”. Sin embargo, es Cristo mismo quien había dado evidencia del milagro de la resurrección y había dejado muy claro quién era cuando le dijo a Tomás: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Juan 14:6). Lo más maravilloso es que no sólo había muerto por ti y por mí, también nos ha dado el privilegio de ser hijos de Dios (Juan 1:12-13). Nos ha dado una identidad.

Tu verdadera identidad en Cristo no reside en lo que tienes o haces, reside en quién eres. Ahora eres un hijo de Dios, y eso consumado es. Nadie puede quitarte lo que Dios ya te ha dado y no hay nada que tu puedas hacer para que Dios te ame más o menos, porque Su amor incondicional no depende de ti, nada ni nadie puede apartarte del amor de Dios (Romanos 8:38-39). Cristo vino, murió y resucitó; tú solamente tienes que aceptar este maravilloso regalo de la vida eterna. Cristo te mira a través de Su gracia.

Oración: Padre amado, gracias por tu amor infinito. Gracias por darme una nueva identidad que me ayuda a comprender tu buena voluntad, agradable y perfecta. Me has dado el regalo de salvación y me has hecho tu hijo. Permite que tu Santo Espíritu siga transformando mi mente, mi corazón y mi carácter en Cristo Jesús, Amén.

Escrito por Lucía Martín Rubio (Clase 2024 de Maestría en Divinidad).