Sin Cristo, sin conocer el verdadero amor

¿Qué es el amor? Sin Cristo, nunca lo sabríamos verdaderamente. Tendríamos conceptos, sentimientos, atracciones, pero no conoceríamos la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor verdadero. Porque el amor verdadero no se define por palabras, sino por una cruz.

Pablo confesó que el amor de Cristo lo constreñía, lo ponía entre la espada y la pared, sin dejarle otra opción que predicar el evangelio. Era un amor tan poderoso, tan transformador, que cambió completamente la trayectoria de su vida. Sin Cristo, Pablo nunca hubiera experimentado ese amor que sobrepasa todo conocimiento.

El amor humano, sin la referencia de Cristo, es limitado, condicional, imperfecto. Amamos a quienes nos aman. Somos buenos con quienes son buenos con nosotros. Pero el amor de Cristo nos mostró algo radicalmente diferente: «Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5:8). Este es un amor sin condiciones, sin límites y sin reservas.

Sin Cristo, no tendríamos un modelo para el amor sacrificial. No entenderíamos qué significa amar hasta el punto de dar la vida. Los esposos no tendrían el ejemplo supremo de cómo amar a sus esposas «como Cristo amó a la iglesia» (Ef. 5:25). Las esposas no comprenderían la belleza de un amor que se entrega completamente. Los padres no tendrían el modelo del Padre celestial que dio a Su Hijo unigénito.

La cruz fue la máxima expresión del amor del Padre —al entregar a Su Hijo— y la máxima expresión del amor del Hijo —al entregar Su vida—. Sin ese evento, viviríamos en un mundo donde el amor sería apenas un concepto filosófico o una emoción pasajera, y no un amor real, tangible y transformador, capaz de convertir corazones de piedra en corazones de carne, fruto de la obra redentora de Cristo y del Espíritu en nuestras vidas.

Piensa en cómo sería el mundo sin este amor. No habría perdón genuino, porque el perdón nace del amor. No habría misericordia verdadera, porque la misericordia fluye del amor. No habría gracia, porque la gracia es amor en acción hacia quienes no lo merecen. Seríamos una humanidad fría y calculadora, donde cada uno busca lo suyo.

Pero Cristo vino y nos mostró que el amor no es un sentimiento, sino una decisión; no es una emoción, sino un compromiso; no es temporal, sino eterno. Y, más importante aún, nos capacitó para amar con Su amor. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom. 5:5).

Hoy, en un mundo que confunde el amor con el placer y lo reduce a una atracción física o a una compatibilidad emocional, tenemos en Cristo la definición perfecta del amor verdadero: un amor que no busca lo suyo, que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Desafío práctico

Hoy, demuestra el amor de Cristo de manera tangible:

1. Perdona a alguien que te ha herido, sin esperar una disculpa.
2. Sirve a alguien que no puede devolverte el favor.
3. Ora por alguien que te ha tratado mal.
4. Comparte con alguien necesitado, aunque tengas poco.
5. Dedica tiempo de calidad a alguien que está solo.

Recuerda: no es tu amor, es el amor de Cristo fluyendo a través de ti.

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Adelanto del día siguiente: En nuestro último día juntos, contemplaremos la gloria de lo que sí tenemos porque Cristo vino, y cómo Su venida transformó no solo nuestro destino eterno, sino cada aspecto de nuestra existencia presente.