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El Padre que nunca se va

Una de las heridas más difíciles de llevar es el abandono. Tal vez, como yo, en algún momento de tu vida sentiste que tus padres no estuvieron ahí: en tus logros, en tus dolores, en los días que más los necesitabas. Esa ausencia pesa, porque el alma fue diseñada para crecer bajo la seguridad de un padre y el amor de una madre.

Yo lo viví, y durante años creí que estaba sola. Pero entonces entendí algo: aunque las personas se vayan, Dios nunca abandona a sus hijos. El salmista lo dijo de una forma tan clara que aún me estremece cada vez que lo leo:

“Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.” (Salmos 27:10, RVR1960)

Es un versículo que confronta, porque nos muestra que la ausencia de quienes más amamos no es el final de la historia. Nuestro Padre celestial siempre llega, siempre está, siempre sostiene. Él no solo “rellena el vacío”, sino que lo transforma en un espacio donde su amor puede echar raíces más profundas.

El abandono no define quién eres. El rechazo no dicta tu destino. Tu identidad no está en la herida, sino en el Padre que te recogió cuando todos se fueron.

Quizás hoy todavía sientas que hay un hueco en tu corazón, y está bien reconocerlo. Pero no olvides esto: ese lugar puede ser llenado solo por el amor perfecto de Dios.

La sanidad en las relaciones requiere humildad y disposición para escuchar y entender al otro. También implica establecer límites saludables cuando sea necesario, para proteger nuestro bienestar emocional y espiritual. Al buscar la reconciliación, invitamos a Dios a obrar en nuestras relaciones, trayendo restauración y unidad.

Oración: Padre, gracias porque Tú nunca me dejas. Aunque otros me hayan abandonado, Tú me recoges, me abrazas y me llamas tu hijo/a. Hoy renuncio a creer que estoy solo/a. Lléname con tu amor y enséñame a caminar en la verdad de que Tú eres el Padre que permanece. Amén.

Preguntas para reflexionar:

1. ¿Hay alguna relación en tu vida que necesite ser restaurada?
2. ¿Qué pasos prácticos puedes tomar para buscar la reconciliación?
3. ¿Cómo puedes reflejar el amor y la gracia de Dios en tus relaciones?