5 Claves Para Liderar Con Madurez

Clave 4: El proceso no se acelera

El tiempo, por sí solo, no garantiza madurez espiritual. Es posible que alguien haya caminado con Cristo durante años —como leímos el día 2—y, sin embargo, no haya permitido que el Espíritu Santo gobierne plenamente su vida en muchas de esas etapas. La madurez no se mide en años, sino en rendición.

El crecimiento espiritual no es el resultado de un esfuerzo humano sostenido, sino de una entrega constante al poder transformador del Espíritu Santo. No se trata simplemente de determinación, sino de sumisión. El apóstol Pablo lo expresó con claridad: «Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Romanos 8:13, RVR1960).

Este proceso de madurez, sin embargo, requiere una decisión firme por parte del creyente: una voluntad completamente consagrada a Dios. La Escritura describe este camino hacia la madurez espiritual como un proceso activo y progresivo que incluye:

1. Dejar atrás actitudes infantiles: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño» (1 Corintios 13:11, RVR1960).
2. Desarrollar una comprensión más profunda de las cosas espirituales: «(…) sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar» (1 Corintios 14:20, RVR1960).
3. Vencer la tentación mediante la Palabra: «(…) la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno» (1 Juan 2:14, RVR1960).
4. Escudriñar las verdades más profundas del evangelio: «(…) para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal» (Hebreos 5:14, RVR1960).
5. Esforzarse por alcanzar la plenitud de Cristo: «(…) hasta que todos lleguemos… a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13, RVR1960).

Líder: La madurez espiritual no es un destino al que se llega de forma automática con el paso de los años, sino una meta que se alcanza mediante una vida rendida, guiada y fortalecida por el Espíritu de Dios. Es un llamado a crecer, a dejar atrás lo superficial y a abrazar con profundidad la vida como discípulo de Cristo.