5 Claves Para Liderar Con Madurez

Clave 3: Identifica tu punto de partida

La etapa de niñez espiritual no debe ser motivo de vergüenza, sino de conciencia. Todos comenzamos nuestra vida en Cristo como recién nacidos en la fe, necesitados de alimento espiritual básico. Lo importante es no quedarnos allí. La inmadurez espiritual es comprensible al inicio, pero peligrosa si se prolonga por indiferencia o comodidad.

Reconocer nuestra necesidad de crecimiento es el primer paso hacia la madurez. No se trata de apresurarnos, sino de avanzar con intención. La leche espiritual es necesaria, pero no suficiente. Dios nos llama a crecer, a fortalecernos, a dejar atrás lo elemental para abrazar lo profundo.

El apóstol Pedro lo expresa con claridad:

«Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación» (1 Pedro 2:2, RVR1960)

Pero surge una pregunta inevitable: ¿quién puede entender?

La comprensión no es automática ni producto del intelecto humano. No se trata de adquirir conocimiento académico instantáneo ni de desarrollar una sabiduría superior por mérito propio. Convertirse en cristiano no significa que uno entienda todo por sí solo. Lo que sí significa es que Dios, en Su fidelidad, promete enseñar el significado de Su Palabra a quienes le pertenecen.

Entonces surge una nueva pregunta, ¿cómo madurar intencionalmente?

A través de la Palabra. Leer y estudiar la Biblia de forma regular nos nutre y nos transforma. Participar en grupos de estudio bíblico, buscar mentores espirituales y rodearnos de una comunidad de fe sólida son prácticas que nos impulsan hacia adelante.

También es crucial examinar nuestras actitudes y comportamientos y responder a una pregunta incómoda: ¿Estamos siendo guiados por el Espíritu o por la carne? La madurez se refleja en decisiones diarias: en cómo respondemos al conflicto, en cómo servimos a los demás, en cómo cultivamos el fruto del Espíritu.

Líder: Avanzar hacia la madurez espiritual no es un logro individual, sino una obra conjunta entre nuestra disposición y la gracia de Dios. Él nos ha dado su Espíritu para guiarnos, corregirnos y fortalecernos en el camino.