QUIÉNES SOMOS: El amor que guía

“No hay más que un solo legislador y juez, aquel que puede salvar y destruir. Tú, en cambio, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo?” (Santiago 4:12).

En este versículo, Santiago deja claro quiénes NO somos: el Dador de la Ley y el Juez. Estos títulos pertenecen únicamente a Dios. Recordar este hecho se supone que nos ayuda a morder nuestra lengua cuando queremos hablar mal de otro creyente ante un tercero, juzgando sus acciones y las motivaciones detrás de ellas.

Cuando hacemos esto, Santiago dice que terminamos hablando mal de la Ley y juzgando la Ley (Santiago 4:11). Esto se debe a que la Ley nos dice que no debemos difamar a nuestro prójimo (Levítico 19:16), sino amarlos como a nosotros mismos (Levítico 19:18). Así, al quebrantar la Ley, no solo nos colocamos por encima de ella como si fuéramos el Juez, sino que también mostramos desprecio hacia Aquel que nos dio esa Ley. Solo hay un Dador de la Ley y Juez: aquel que tiene el poder de salvar y destruir.

Solo Dios puede salvar y solo Dios puede destruir. Y solo Dios puede juzgar los corazones de las personas.

Lo que Santiago nos dice es que a los creyentes no se les permite discernir que las acciones de otro creyente son incompatibles con una vida de fe. Todo lo contrario. Esto es una de las protecciones que Dios ha establecido para ayudarnos a perseverar hasta el final en su camino de vida. Santiago escribe: "Hermanos míos, si alguno de entre vosotros se desvía de la verdad y alguien lo hace volver, sepa que el que haga volver al pecador de su mal camino salvará su alma de la muerte y cubrirá multitud de pecados" (Santiago 5:19-20).

Hay una diferencia entre juzgar a nuestro prójimo y advertirles para que encuentren vida. Cuando discernimos esta diferencia, crecemos en madurez y comenzamos a parecernos más a Cristo.