Día 1 – Redescubriendo lo simple

Vivimos en la época más acelerada de la historia. Desde que despertamos, una avalancha de notificaciones compite por nuestra atención. Trabajamos, servimos, publicamos, y, sin embargo, terminamos el día con una sensación inquietante: hicimos mucho, pero no estuvimos realmente presentes. En medio del ruido digital y la prisa constante, la voz de Jesús sigue resonando con la misma claridad que hace dos mil años: “Vengan, síganme —dijo Jesús—, y los haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19, NVI).

La pregunta es: ¿podemos escucharla todavía?

La fe, que debería ser un descanso para el alma, se ha vuelto para muchos una carga más. Nos llenamos de actividades “espirituales”: reuniones, tareas, contenidos, pero falta algo. No es falta de información, sino de conexión. Tal vez, sin darnos cuenta, hemos complicado lo que Jesús hizo simple.

Jesús nunca diseñó un sistema complejo para seguirlo. No entregó manuales ni estableció calendarios de cursos. Llamó a personas comunes —pescadores, cobradores de impuestos, soñadores, escépticos— y les dijo simplemente “síganme”. No los eligió por su conocimiento ni desempeño espiritual, sino por su disposición a caminar con Él. Y en ese caminar, sus vidas fueron transformadas.

El discipulado bíblico siempre ha sido relacional antes que estructural. Nace del encuentro con una Persona, no de la adhesión a un programa. En un mundo donde todo se mide y se acelera, Jesús nos invita a desacelerar y redescubrir la belleza de caminar con Él. No se trata de hacer más cosas para Dios, sino de estar más con Dios. Uno de los mayores engaños del cristianismo moderno es confundir activismo con madurez. Pero el discipulado no consiste en acumular actividades, sino en permitir que Jesús moldee nuestro carácter día tras día.

Quizás por eso muchos creyentes hoy se sienten cansados. Corren detrás de un ideal espiritual inalcanzable, mientras Jesús los llama a detenerse y descansar en Él: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28, NVI). No dice “trabajen más duro”, sino “vengan a mí”. El discipulado comienza ahí: en la quietud, no en la competencia.

Volver a lo simple no es retroceder, sino regresar al corazón del evangelio. Es aprender a vivir una fe sin adornos, donde Cristo vuelve a ser el centro. Significa recordar que el discipulado no está reservado para los expertos, sino para todos los que desean seguir a Jesús en medio de su vida cotidiana: el trabajo, la familia, el estudio, el descanso. En la era digital, donde todo cambia a gran velocidad, la invitación de Jesús sigue siendo la misma: personal, clara y transformadora.

Este puede ser el comienzo de tu viaje. Si tu fe se volvió pesada o sirves a Dios sin disfrutarlo, hoy Jesús te invita a bajar el ritmo, a escuchar, a mirar nuevamente sus pasos. No necesitas un método nuevo ni una estrategia innovadora. Solo necesitas volver a estar con Él.

El discipulado simple no es un curso ni una moda. Es una manera de vivir. Comienza cuando, en medio de la prisa, decides detenerte para seguir al Maestro de nuevo, paso a paso, en lo cotidiano.

Llamado a la acción

• Haz una pausa al despertar: “Jesús, quiero seguirte hoy con sencillez.”
• Evalúa tu ritmo: ¿Qué actividades llenan tu día pero vacían tu alma?
• Quince minutos sin pantallas: solo silencio, oración y escucha.
• Escribe una oración breve: exprésale tu deseo de redescubrir lo simple.
• Reflexiona: ¿Qué añadiste a tu fe que Jesús nunca pidió?