Día 2 – ¿Qué significa ser discípulo?

Durante siglos, la palabra “discípulo” se ha usado con ligereza. Hoy puede significar asistir a una iglesia, conocer doctrina, participar en un ministerio o identificarse como cristiano. Pero Jesús tenía en mente algo más profundo, transformador y relacional. Ser discípulo no es solo creer en Él, sino seguirlo con todo el corazón. “Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lucas 9:23, NVI). No es un camino cómodo, sino una forma de vida.

En los tiempos de Jesús, un discípulo no era solo un estudiante de lecciones, sino alguien que vivía con su maestro. Observaba cómo comía, cómo trataba a las personas, cómo oraba y cómo enfrentaba las dificultades. Su meta era parecerse a él. Por eso, cuando Jesús llamó a los suyos, no los invitó a un curso, sino a compartir su vida: caminar, conversar, aprender en el camino.

El discipulado, entonces, no es un evento, sino una relación que transforma el carácter.

Muchos creen en Jesús, pero no todos lo siguen. Hay diferencia entre creyente y discípulo. El creyente puede admirar a Jesús; el discípulo se compromete a obedecerlo. El creyente asiste; el discípulo se involucra. El creyente conoce; el discípulo practica. Jesús lo dijo con claridad: “Si se mantienen fieles a mis palabras, serán realmente mis discípulos” (Juan 8:31, NVI). La prueba del discipulado no está en lo que decimos, sino en cómo vivimos.

Ser discípulo implica rendir la voluntad para abrazar la suya. No es un camino de perfección, sino de transformación. Pablo lo entendía así: “No es que ya lo haya conseguido todo o que ya sea perfecto; sin embargo, sigo adelante…” (Filipenses 3:12, NVI). El discipulado no tiene graduación. Siempre hay más de Jesús por conocer y más de nosotros por entregar.

En los evangelios vemos a Jesús formando a sus discípulos con paciencia. Los corrige cuando se equivocan, los envía a practicar lo aprendido, los consuela cuando fallan y los restaura cuando dudan. No los perfecciona de un día para otro; los transforma caminando con ellos. Así obra también con nosotros. Jesús no busca discípulos que lo sepan todo, sino discípulos dispuestos a aprender cada día.

Ser discípulo en el siglo XXI implica el mismo compromiso, pero en un contexto distinto. Hoy nuestras cruces no siempre son de madera, pero sí de decisiones diarias: negar el ego, perdonar cuando duele, servir sin reconocimiento, detenernos en medio de la prisa para escuchar a Dios. En una cultura que idolatra la comodidad y la inmediatez, el discipulado sigue siendo una contracultura.

Seguir a Jesús es aprender a caminar lento en un mundo que corre.

El discipulado simple —el de Jesús— no comienza en un aula, sino en el corazón. Empieza cuando decimos “sí” a su llamado y aprendemos a vivir desde su presencia. Es dejar de admirar a Jesús desde lejos para caminar a su lado.

Porque el verdadero discípulo no acumula información: vive transformación.

Llamado a la acción

• Examen honesto: ¿Eres solo creyente o discípulo? ¿Qué evidencia hay en tus decisiones?
• Ora con propósito: pide al Espíritu Santo un área concreta para obedecer hoy.
• Un paso concreto: perdona, sirve, escucha o ama de forma práctica.
• Invita a alguien a caminar contigo en la fe.