Día 8 – El costo del discipulado

Jesús nunca maquilló el costo de seguirlo.

Sus palabras fueron claras, radicales y contraculturales: “Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga” (Lucas 9:23, NVI).

No prometió comodidad, sino transformación. No ofreció popularidad, sino propósito.

El discipulado no es un camino ancho y fácil, sino un sendero estrecho donde se aprende a morir… para poder vivir.

En una cultura que nos enseña a evitar el dolor y a buscar la gratificación inmediata, las palabras de Jesús suenan extrañas. Pero el discipulado auténtico siempre ha implicado renuncia.

Seguir a Cristo significa soltar el control, los ídolos y las falsas seguridades.

El llamado a negarnos a nosotros mismos no es un castigo, sino una invitación a la libertad.

Porque cuando soltamos lo que creemos indispensable, descubrimos que Jesús es suficiente.

Él también dijo: “Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27, NVI).

La cruz no representa una dificultad ocasional, sino una rendición total. Es la imagen del discípulo que ha decidido confiar, aunque duela; obedecer, aunque cueste; amar, aunque le cueste algo. La cruz no destruye al discípulo; lo purifica. Y en esa entrega diaria, encontramos la vida que realmente vale la pena vivir.

El costo del discipulado no es el mismo para todos, pero todos debemos pagar un precio: el de poner a Cristo por encima de todo.

El joven rico se acercó a Jesús con buenas intenciones, pero cuando oyó lo que debía soltar, se alejó triste. No porque fuera malo, sino porque su corazón estaba dividido.

Jesús no busca admiradores, sino seguidores que amen más al Maestro que sus posesiones, su reputación o su comodidad.

El apóstol Pablo lo entendió así:

“Todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo” (Filipenses 3:8, NVI).

Para Pablo, perderlo todo por Cristo no era una tragedia, sino una ganancia. Esa es la lógica del Reino: lo que el mundo llama pérdida, Jesús lo llama plenitud. El costo del discipulado también implica perseverar cuando el camino se hace difícil.

La fe verdadera no se mide cuando todo va bien, sino cuando seguir a Jesús cuesta algo.

“Por tanto, no nos desanimamos. Aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día” (2 Corintios 4:16, NVI).

Cada acto de obediencia en medio del sufrimiento produce vida.El discipulado simple no promete atajos.Promete algo mejor: una relación tan profunda con Cristo que ninguna pérdida puede compararse con su presencia.Jesús no pide perfección, sino entrega.

Y cada vez que decimos “sí” a su llamado y “no” a nuestro ego, su Reino avanza un poco más dentro de nosotros.

Quizás hoy Jesús te esté invitando a rendir algo: un miedo, un hábito, una ambición, un sueño.

El costo puede doler, pero la recompensa es Él mismo. Y quien lo tiene a Él, lo tiene todo.

Llamado a la acción

• Ora con honestidad: ¿Qué te está pidiendo Jesús que sueltes hoy?
• Escribe una lista de cosas que temes perder si lo sigues plenamente. Preséntaselas a Dios.
• Recuerda: la cruz no te quita la vida, te enseña a vivirla.
• Haz una decisión práctica: obedece a Jesús en un área donde antes dudabas hacerlo.