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La Danza

La unidad es la invitación de la Trinidad a un mundo de amor sacrificial y sumisión. Con el mantra de igualdad y justicia proclamado a menudo en nuestra cultura, el lenguaje de sumisión de Efesios 5 parece fuera de lugar hoy, incluso contracultural. Sin embargo, encaja en la cultura de Dios: la cultura de la Trinidad donde Jesús se somete al Padre una y otra vez hasta que realmente lo lleva a la muerte.

Jesús sabía muy bien lo que vendría y cuán duro y doloroso sería el sufrimiento de la cruz, temía ser abandonado por Dios. Jesús clamó: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Marcos 15:34 NVI). ¡Qué cosa tan inconcebible ser abandonado por Dios!

La sumisión en la Trinidad no es un concepto nuevo, mucho antes de que comenzara el tiempo, la Trinidad existía y estaba marcada por la sumisión, el sacrificio y el amor.

Tal vez, todo lo que podemos ver es que, debido a que Jesús se sometió al Padre y fue a la cruz, ahora somos salvos del sufrimiento eterno. Pero, no sólo somos salvos de la muerte eterna y la separación de Dios, somos salvos para Alguien.

Dios nos ama tan profundamente que no sólo nos salva, sino que también nos invita a “la danza”, como lo llama el teólogo C.S. Lewis. Esta es la danza de conocer a Dios por todo lo que Él es, la danza de la Trinidad, que se caracteriza no por una sumisión de pisoteada sino por una hermosa sumisión que brinda vida. Cuando Él nos invita a la sumisión y al sacrificio, ¡nos invita a Su gloria!

Es suficiente ser salvos, pertenecer a Dios mismo, pero ser hijo de Dios cambia la forma en que actuamos, cambia nuestro ADN espiritual.

Como el potrillo del caballo más triunfador corre como el viento junto a su madre, corremos junto a nuestro Padre celestial, anhelando ser como Él, anhelando hacer lo que Él hace.

¡Y, oh, cómo danza nuestro Padre!