Fin De Semana De ReencuentroSample

Habla el idioma del corazón Hemos hablado del tiempo del Señor desde las Pascuas Judías hasta el Pentecostés, y la venida del Espíritu Santo. En Hechos 2:5–13 veremos el lenguaje en el que Dios hablara acerca de sus maravillas. «Vivían entonces en Jerusalén judíos piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Al oír este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban atónitos y admirados, diciendo: —Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, los oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. Estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: —¿Qué quiere decir esto? Pero otros, burlándose, decían: —Están borrachos. Dios tiene una palabra que quiere hablar a nuestras vidas usando el idioma de nuestro corazón. Estas personas en Pentecostés pudieron escuchar su propio idioma. ¿Haz viajado alguna vez a otro País y de repente alguien comienza a hablarte en español? Y piensas para ti mismo, «Ah, el idioma de mi corazón». Hay algo que sucede en nuestros corazones cuando escuchamos hablar en nuestro idioma nativo. En Hechos las personas que estaban allí estaban escuchando acerca de las maravillas de Dios en el idioma de sus corazones. Había personas de toda nación uniéndose, cada uno escuchando acerca de las maravillas de Dios en su propio idioma para que pudieran volver a sus casas y contarles acerca de lo que habían oído a sus familias y amigos alrededor de todo el mundo. Necesitamos aprender a hablar el idioma del corazón a nosotros mismos y a los demás. En Pentecostés todos vinieron a Jerusalén a encontrarse en el templo, y Dios estaba declarando con el nacimiento de la Iglesia, que nunca se trató de ir a Jerusalén, sino de salir al mundo. Siempre se trató de que el Evangelio salga y alcance a las personas de toda nación. No se trata de venir a un lugar determinado, a una habitación determinada; se trata de salir al mundo. Lo que sucedió en Hechos 2 fue lo contrario a lo que paso en la Torre de Babel en Génesis 11 cuando los hombres pensaron que podían ser como Dios, y comenzaron a construir una torre para llegar al cielo; y Dios dijo: «Voy a confundir su idioma». Ahora, en Pentecostés, Dios está diciendo: «Ahora que se acercan a mí a adorarme voy a dejarles oír en el idioma de sus corazones. Y después los enviaré al mundo a hablar en sus idiomas nativos para declarar la verdad acerca de las maravillas que yo hago».