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Día 3: HUMILDAD

Jesús, siendo Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a lo cual aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo. Esta es la base de la humildad verdadera: reconocer quiénes somos delante de Dios y de los demás, sin buscar reconocimiento personal ni autoexaltación. La influencia del Reino no se basa en imponerse, sino en servir. En un mundo que premia la autopromoción, Jesús nos invita a descender.

La humildad no es pensar menos de uno mismo, sino pensar menos en uno mismo. Es dejar de ser el centro para que Cristo lo sea. Quien camina en humildad puede ser confiado con verdadera autoridad, porque no la usará para su beneficio, sino para edificar a otros. Jesús lavó los pies de sus discípulos, incluso de aquel que lo traicionaría. Esa imagen es el ejemplo supremo de liderazgo en el Reino: servir incluso cuando no es correspondido.

A menudo pensamos que ser influyentes significa tener poder o visibilidad, pero en el Reino de Dios, la grandeza se mide en servicio. El corazón humilde escucha, aprende, se corrige y permanece accesible. Es en la humildad donde el carácter se forja, y donde Dios encuentra espacio para manifestarse con libertad. Las personas más influyentes espiritualmente no siempre son las más visibles, pero sí las más rendidas.

La humildad también nos protege del orgullo, que es uno de los mayores enemigos del propósito. Nos mantiene dependientes del Espíritu y conscientes de nuestra necesidad de gracia. En lugar de competir, celebramos. En lugar de controlar, confiamos. En lugar de sobresalir, nos alineamos. Así vivió Jesús, y así somos llamados a vivir quienes queremos impactar como Él.

Si deseamos ser usados por Dios de manera profunda y duradera, la humildad no es opcional: es esencial. Es la tierra fértil donde crece una influencia que no se corrompe, porque no busca su gloria, sino la de Cristo.

Aplicación práctica: Hoy, busca una oportunidad para servir sin que nadie lo sepa, y hazlo con alegría.