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1 SAMUEL INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN
1. Nombre, texto y división
Los libros de Samuel deben su nombre al protagonista de su primera parte (1 Sm 1—15), a quien más tarde se atribuyó, junto con los profetas Natán y Gad, el conjunto de la obra (1 Cr 29,29). En realidad, el título no corresponde al contenido, pues el gran protagonista de ambos libros es David, primero ensombreciendo al mismo rey Saúl (1 Sm 16—31) y después como rey de Israel y de Judá (2 Sm).
En la antigua Biblia hebrea, 1-2 Samuel formaban un único libro integrado en la colección de los llamados Profetas Anteriores. La versión griega de los LXX lo dividió en dos partes que unió a Reyes para formar los cuatro Libros de los Reinos, de los que 1-2 Sm eran los dos primeros. La Vulgata heredó el procedimiento de los LXX si bien cambió su título por el de Libros de los Reyes.
Las versiones modernas, por una parte retoman la antigua denominación hebrea de Samuel y, por otra, la posterior y artificial división en dos libros (1-2 Sm). De hecho, la sección de la muerte de Saúl, que ocupa dos capítulos (1 Sm 31; 2 Sm 1), se ve arbitrariamente cortada e interrumpida con la actual división.
Por lo que atañe al texto hebreo tradicional de Samuel —que forma parte del llamado “texto masorético” (TM)— no es precisamente de los mejor conservados. En cambio, los manuscritos hebreos de Samuel encontrados a mitad del siglo XX en la cueva 4 de Qumrán han aportado una revalorización del texto griego de los LXX y del supuesto prototipo hebreo sobre el que se hizo la versión.
2. Características literarias
Los libros de Samuel forman parte de la gran obra historiográfica, integrada por Jos, Jue, 1-2 Sm y 1-2 Re, que ha sido denominada Historia Deuteronomista, en virtud de la influencia que en ella tienen las perspectivas teológicas de Deuteronomio. El contenido global de esta obra abarca la historia de Israel desde los albores de la conquista de Canaán (Jos) hasta la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia (2 Re 25). Concretamente, los libros de Samuel cubren un período de tiempo de casi un siglo, que incluye el final de la época de los Jueces, la institución de la monarquía con Saúl y su consolidación en el reinado de David. Con todo, su delimitación actual presenta algunas dificultades, pues su comienzo (1 Sm 1—7) parece prolongar las historias del libro de los Jueces mientras que los suplementos del final (2 Sm 21—24) interrumpen la llamada Historia de la Sucesión (2 Sm 9—20) que concluye con la entronización de Salomón y la muerte de David en 1 Re 1—2.
a) Estructura y contenido
A pesar de lo dicho, la obra presenta una unidad coherente, estructurada a partir de sus personajes principales. Así, la primera parte (1 Sm 1—7) queda protagonizada por Samuel y, en menor medida, por la historia del Arca (1 Sm 4—6). La segunda parte (1 Sm 8—15) incorpora a Saúl, que comparte protagonismo con Samuel. La tercera parte (1 Sm 16—2 Sm 1) introduce a David, que en su proceso de ascensión al trono llega a ensombrecer el protagonismo del rey Saúl. En la cuarta parte (2 Sm 2—8) sobresale el protagonismo absoluto de David. En la quinta parte (2 Sm 9—20) David comparte protagonismo con sus hijos y, más concretamente, con Absalón (2 Sm 13—19). Finalmente, la sexta parte (2 Sm 21—24) es una breve colección de materiales dispersos relativos a David. He aquí, pues, el resultado esquemático de la estructura y división de los libros de Samuel:
I.— HISTORIA DE SAMUEL (1 Sm 1—7)
- Nacimiento e infancia de Samuel (1 Sm 1,1—4,1a)
- Historia del Arca (1 Sm 4,1b—7,1)
- Samuel, juez de Israel (1 Sm 7,2-17)
II.— SAMUEL Y SAÚL (1 Sm 8—15)
- Institución de la monarquía (1 Sm 8—12)
- Reinado y rechazo de Saúl (1 Sm 13—15)
III.— EL ASCENSO DE DAVID AL TRONO (1 Sm 16—2 Sm 1)
- Unción de David (1 Sm 16,1-13)
- David en la corte de Saúl (1 Sm 16,14—20,42)
- David, fugitivo de Saúl (1 Sm 21—26)
- David, vasallo filisteo (1 Sm 27—30)
- La muerte de Saúl (1 Sm 31; 2 Sm 1)
IV.— DAVID, REY DE JUDÁ E ISRAEL (2 Sm 2—8)
- La unión de los dos reinos (2 Sm 2,1—5,5)
- La consolidación del reino unificado (2 Sm 5,6—8,18)
V.— LA SUCESIÓN DE DAVID (2 Sm 9—20)
- David y Mefibóset (2 Sm 9)
- La guerra amonita (2 Sm 10—12)
- Amnón y Absalón (2 Sm 13—14)
- Rebelión de Absalón (2 Sm 15—20)
VI.— SUPLEMENTOS (2 Sm 21—24)
b) Proceso de formación y fuentes
La composición final, producto de la última redacción deuteronomista (realizada probablemente durante la época del destierro babilónico), es el resultado de un amplio proceso de formación que seguramente abarcó todo el período monárquico (siglos X-VI a. C.). A lo largo de este proceso se fueron incorporando al conjunto de 1-2 Sm toda una serie de fuentes y materiales de características y procedencias muy diversas. Simplificando el proceso, en este conjunto de materiales podemos distinguir fuentes independientes, añadidos posteriores y elementos redaccionales deuteronomistas.
— En 1-2 Sm se dan cita una serie de conjuntos homogéneos, amplios y relativamente autónomos, que delatan notable antigüedad, acusada cercanía con los hechos y escasos retoques redaccionales. Son los casos de la historia del Arca (1 Sm 4—6; 2 Sm 6), de la historia de la subida de David al trono (1 Sm 16—30; 2 Sm 1—5) y de la historia de la sucesión de David (2 Sm 9—20; 1 Re 1—2). A estas secciones habría que añadir otros conjuntos fragmentarios menores pero no menos antiguos, como las tradiciones sobre Samuel juez (1 Sm 7) y Saúl rey (1 Sm 11; 13—14; 31).
— Entre los añadidos posteriores encontramos: a) materiales de origen profético, como las tradiciones sobre la infancia de Samuel y el rechazo de Saúl (1 Sm 1—3; 13; 15), los relatos de las unciones de Saúl y David (1 Sm 9—10; 16), los episodios de la consulta a la hechicera de Endor y del censo de David (1 Sm 28; 2 Sm 24) o los núcleos más antiguos de las profecías de Natán (2 Sm 7,4-17; 12,1-14); b) documentos oficiales, como las listas de los hijos de Saúl y de David (1 Sm 14,49-51; 2 Sm 3,2-5; 5,13-16), de los funcionarios y héroes de David (2 Sm 8,16-18; 20,23-26; 23,8-39), o los sumarios de las campañas de Saúl y David (1 Sm 14,47-52; 2 Sm 5,17-25; 8,1-14); y c) otro material más variado de tipo lírico-heroico, como las elegías (2 Sm 1,19-27; 3,33-34), el salmo (2 Sm 22), la despedida de David (2 Sm 23,1-7), su combate con Goliat (1 Sm 17) y las gestas de sus héroes (21,15-22).
— El material redaccional deuteronomista, particularmente escaso en 1-2 Sm, se deja ver en los discursos antimonárquicos de Samuel (1 Sm 8; 10,17-27 y 12), en la oración de David (2 Sm 7,18-29), en determinados sumarios, glosas y retoques fragmentarios (1 Sm 2,22-36; 4,16; 7,15-17; 13,1; 14,47-51; 2 Sm 2,10-11; 5,4-5; 7,1-17) y en algunas profecías y fórmulas de cumplimiento (1 Sm 20,12-16.42; 23,17-18; 24,21; 25,30-31; 28,17-18; 2 Sm 5,1-2; 12,7-12; 16,20-22).
c) Los libros de Samuel como historia profética
Considerados tradicionalmente como libros históricos, los libros de Samuel comparten con el resto de la Historia Deuteronomista su peculiar concepto y tratamiento de la historia de Israel, que se acerca más a la historiografía teológica y que podría definirse como historia profética, de acuerdo con la doble denominación, judía y cristiana, de la colección que los acoge:
— En cuanto Libros Históricos, 1-2 Sm se ocupan de una serie de acontecimientos que se verificaron en la vida de Israel en el período que va desde el final de la época de la confederación tribal hasta los últimos años del reinado de David (mitad del s. XI hasta el primer tercio del s. X a. C., aproximadamente). Y aunque los materiales reunidos en 1-2 Sm son más literarios y heroicos que propiamente históricos, se trata de los únicos testigos que nos pueden acercar con un mínimo de garantías a esa particular y decisiva etapa de la historia de Israel. Es verdad que, a diferencia de 1-2 Re, en 1-2 Sm no tenemos casi ningún dato cronológico, ni cita de anales u otras fuentes históricas, ni referencias a la historia extrabíblica. Pero los libros de Samuel nos ofrecen valiosos datos que permiten esbozar un contexto histórico verosímil según el cual, al predominio filisteo en la región, suceden los éxitos iniciales de Saúl y, sobre todo, el ascenso imparable de David. Es precisamente David quien logra la unidad de las tribus, conquista Jerusalén a la que constituye en capital del reino, organiza la administración y consolida el reino llegando a formar un pequeño imperio. Todo ello “consentido” en buena medida por la debilidad de las grandes potencias del área, Asiria y Egipto.
— Ahora bien, la denominación de 1-2 Sm como Profetas (anteriores) en el canon hebreo nos da nuevas luces sobre sus perspectivas históricas. En primer lugar, por el peso que en la historia adquieren determinadas figuras (especialmente Samuel, pero también Natán o Gad) y recursos proféticos, como las consultas oraculares o la utilización del esquema profecía-cumplimiento. Y en segundo lugar, por el peso que en la interpretación de esta historia tienen los juicios “proféticos” sobre los comportamientos y actitudes de sus protagonistas. En virtud de este factor, Saúl no es rechazado por sus errores políticos o por sus derrotas militares, sino por su desobediencia a la voluntad y preceptos divinos. Y, a la inversa, los éxitos de David quedan fundamentados tanto en la elección y protección de Dios (1 Sm 16, 13, 18,12.14; 2 Sm 5,10.12; 17,14), como en su habitual actitud de consulta y respeto a los designios divinos (1 Sm 23,2; 30,8; 2 Sm 2,1-2; 5,19.23; 7,18-29; 15,25-26.31; 24,10).
3. Claves teológicas de los libros de Samuel
Las anteriores reflexiones sobre el peculiar género literario de la Historia Deuteronomista, en general, y de los libros de Samuel, en particular, pueden servir perfectamente de transición al último apartado de esta introducción que trata de resaltar las principales claves teológicas de la obra (algunas de ellas, obviamente compartidas por el conjunto de la Historia Deuteronomista).
a) El principal objetivo de la obra es narrar la institución de la monarquía evaluada desde una doble perspectiva: negativa y positiva. La perspectiva negativa de la monarquía, heredada de las corrientes proféticas antimonárquicas del Reino del Norte, es fiel reflejo del juicio último deuteronomista sobre la historia de la monarquía, hecho a raíz de sus fracasos históricos (división de los reinos y caídas sucesivas de Samaría y Jerusalén). Esta perspectiva está particularmente representada en dos discursos de Samuel, el primero como respuesta a la petición del pueblo (1 Sm 8,10-18) y el segundo como despedida y recapitulación del período premonárquico (1 Sm 12). En ambos casos la monarquía es contemplada como un atentado contra la exclusiva realeza de Dios sobre su pueblo, como un peligro para la misma alianza y como un factor de posibles riesgos seguramente observados en los modelos vecinos (divinización de los reyes, privilegios y abusos de poder, opresión de los súbditos, política de alianzas perjudiciales, introducción de cultos paganos, etc.). Sin embargo, en esos mismos discursos y en otros lugares del resto de la obra se detecta también una concepción más positiva y optimista que contempla la monarquía como don de Dios (8,7.22; 12,13), como expresión de su designio y ámbito de su elección (1 Sm 9,16; 16,1.12; 2 Sm 12,24-25), como objeto de su alianza (2 Sm 7) o como instrumento de su poder salvador (1 Sm 11,13; 14,23; 17,47; 2 Sm 5,19.24; 8,14). Esta concepción se verá avalada por las experiencias monárquicas positivas, pues fue bajo la monarquía unida de David y Salomón cuando Israel alcanzó sus más elevadas cotas de bienestar, poder militar y prestigio internacional.
b) Otra clave teológica significativa emana del perfil de los personajes protagonistas de la historia. Así, Samuel destaca en la primera parte como el último de los jueces de Israel y el profeta que interviene decisivamente en el nacimiento de la monarquía: primero corrigiendo las exigencias del pueblo que pide un rey como en todas las naciones (8,5.20); después ungiendo como rey a Saúl, a instancias de la iniciativa divina y acompañándolo en sus primeros pasos; más tarde denunciando sus desobediencias y finalmente ungiendo como rey a David según el designio divino. En virtud de su mediación, la monarquía queda desde el principio íntimamente asociada al profetismo y mantendrá esta tendencia a lo largo de su andadura histórica. Por su parte, Saúl queda casi siempre en segundo plano, ensombrecido por Samuel y David y cuestionado ya desde su misma presentación ante el pueblo (1 Sm 10,27; 11,12). Sancionado muy pronto por el doble rechazo divino (1 Sm 13,13-14; 15,10ss), Saúl contempla atormentado el ascenso imparable de David (18,9.12), al que perseguirá obsesionado, hasta “sufrir” por dos veces el humillante perdón de su antagonista (1 Sm 24 y 26). Paradójicamente, sólo recuperará su dignidad al final cuando, rechazado por Dios y abandonado por visiones y profecías (1 Sm 28,6.15), muere al tener que enfrentarse a los filisteos en clara desventaja (1 Sm 31,1-4) y recibe los homenajes póstumos de los habitantes de Jabés (31,11-13) y del mismo David (2 Sm 1,11-12.19-27). En claro y pretendido contraste, la figura de David brilla desde su aparición (1 Sm 16), se intensifica tras sus primeros éxitos (1 Sm 17—18) y se mantiene en la adversidad (1 Sm 19—30) para llegar a su plena eclosión en la primera parte de su reinado (2 Sm 2—8). De esta manera 1-2 Sm sientan las bases de un proceso idealizador que convertirá a David en anticipo y modelo ideal del futuro rey mesiánico esperado. A este proceso contribuirá decisivamente la llamada promesa dinástica (2 Sm 7) y la alianza que la sustenta. Sin embargo, en lo que refiere a la idealización de David, se advierte una clara diferencia entre las historias del ascenso al trono y las de la sucesión. En la primera predominan los rasgos positivos; la segunda, en cambio, subraya las sombras de su figura, a saber, el adulterio con Betsabé y el crimen cometido con Urías junto con sus consecuencias (2 Sm 11—12), sus debilidades con sus hijos y subalternos (2 Sm 13—14), la traición de su hijo Absalón, el abandono de una buena parte del pueblo, los insultos y resentimientos de antiguos partidarios de Saúl (2 Sm 15—20), los nuevos castigos divinos (2 Sm 21; 24), la última conspiración de Adonías, Joab y Abiatar, y las consiguientes represalias encomendadas a su sucesor (1 Re 1—2). A pesar de todo, la historia de la Sucesión contribuye también a resaltar el perfil humano de David dotándolo, al mismo tiempo, de las necesarias dosis de rigor y objetividad.
c) Íntimamente asociada a la figura de David aparece Jerusalén —su ciudad— que desde el principio adquiere un singular peso político y una evidente proyección teológica. En clave política, la conquista de Jerusalén por parte de David y su decisión de convertirla en capital única de los dos reinos tuvo consecuencias particularmente ventajosas: favoreció la comunicación entre las tribus del norte y del sur, consolidó la difícil unidad y contribuyó a la centralización de la administración del reino con la creación de las instituciones exigidas por la naciente monarquía. En clave teológica, las consecuencias fueron más determinantes: con el traslado del Arca (2 Sm 6) Jerusalén pasa a convertirse en el centro religioso de las tribus, en objeto de elección divina como morada de su Nombre (título reforzado con la posterior construcción del Templo) y en la ciudad santa por excelencia. Las perspectivas abiertas por la promesa dinástica y la alianza con la dinastía davídica (2 Sm 7) confieren a Jerusalén un especial significado teológico válido tanto para la Historia Deuteronomista como para el conjunto del AT.
d) Otra clave teológica de particular relevancia en 1-2 Sm es la preocupación por la unidad de las tribus y sus consecuencias para el desarrollo de la noción de Israel como exclusivo y único pueblo de Dios. En efecto, durante la época de los jueces, clausurada por Samuel, la confederación tribal se limitaba a reunirse periódicamente en el santuario donde se encontraba el Arca y a las alianzas ocasionales de tribus vecinas ante eventuales enemigos comunes. Fue la monarquía de Saúl la que contribuyó a ensanchar los límites tribales y a estrechar sus lazos de unión. Con todo, durante el reinado de Saúl no parece que fuera todavía muy profundo el grado de integración entre las tribus del sur y las del norte. De hecho, mientras las del sur se apresuraron a elegir a David como rey en Hebrón tras la muerte de Saúl (2 Sm 2,4), las del norte permanecieron fieles a la menguada casa de Saúl (2 Sm 2,8-9). Sólo tras la posterior elección y unción de David como rey de las tribus del norte (2 Sm 5,3) se consumará una unidad que luego se mantuvo hasta el final del reinado de Salomón (1 Re 12). Pero la suspirada unidad revelaría pronto sus limitaciones y la superficialidad de sus vínculos; incluso en los días mismos de David se sintió seriamente amenazada, pues al menos en dos momentos las tribus del norte mostraron su escasa identificación con David y su casa (2 Re 15,2.13; 19,10-14.42-44; 20,1-2). Sin embargo, la experiencia de la nación unida bajo la monarquía de David (y más tarde bajo su hijo Salomón) contribuyó de forma determinante a la creación y consolidación de la noción de Israel como pueblo unido y fue una experiencia permanentemente añorada en el tormentoso devenir histórico del pueblo israelita.
En conclusión, las claves aludidas (junto a otras de menor relieve) constituyen la particular aportación de los libros de Samuel a la teología de la historia esbozada por la Historia Deuteronomista. La institución de la monarquía por medio de Samuel y las elecciones sucesivas de Saúl y David como reyes demuestran el protagonismo de Dios que dirige los destinos de su pueblo al que sigue revelándose a través de la palabra profética y sigue salvando como antaño a través de la nueva mediación monárquica.
PRIMER LIBRO DE SAMUEL

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