El bautismo en el Espíritu: El día en que la Iglesia nació

Jesús lo había prometido: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” (cf. Lucas 24:49). Y los discípulos obedecieron. Se reunieron juntos, encerrados en una sala, orando y esperando. Con ellos estaba también María, la madre de Jesús.

Y luego, llega el día de Pentecostés. Es allí donde sucede algo increíble, que cambiará la historia para siempre. El Espíritu Santo desciende con poder y bautiza a los discípulos. Es como un viento fuerte, lenguas de fuego se posan sobre cada uno de ellos, y comienzan a hablar en lenguas que nunca habían aprendido. Era la señal de que el Espíritu de Dios realmente había venido a vivir dentro de ellos: “y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” (Hechos 2:3-4 RV).

Ese día, la Iglesia nace, y nace en el fuego del Espíritu. Ya no era un pequeño grupo asustado, sino un pueblo nuevo, el “nuevo Israel”, listo para llevar el Evangelio hasta los confines del mundo. Pedro predica con valentía, la gente escucha, se siente tocada en el corazón y pregunta: “¿Qué debemos hacer?”. Y Pedro responde claramente: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38 RV).

Ese mismo día, tres mil personas reciben el bautismo en agua y el Espíritu Santo comienza a transformar sus vidas. Este bautismo en el Espíritu no es solo para entonces: es para cada creyente aún hoy. Jesús lo prometió, y todavía está listo para cumplir esa promesa… ¡también contigo!