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Día 2: ESPIRITUALIDAD

La vida de Jesús estuvo marcada por momentos públicos de enseñanza y milagros, pero también por tiempos privados de oración e intimidad con el Padre. Su influencia no se construyó en los escenarios, sino en los momentos de soledad donde buscaba la voluntad de Dios. La verdadera influencia nace en lo secreto, cuando nadie aplaude, cuando solo Dios es testigo de nuestra entrega.

Vivimos en una era que sobrevalora lo visible y lo inmediato. Queremos resultados rápidos, validación constante y exposición. Pero el Reino de Dios opera de manera distinta. Lo que es sembrado en lo secreto florece con poder a su tiempo. Jesús se retiraba a orar, no por obligación, sino porque sabía que su autoridad provenía de esa conexión íntima con el Padre.

Nuestro impacto será proporcional a nuestra dependencia. Si queremos influir como Jesús, debemos cultivar una vida espiritual sólida, constante, profunda. No se trata solo de hacer cosas para Dios, sino de estar con Dios. La raíz siempre precede al fruto. Si no hay raíz, el fruto es superficial y pasajero.

La oración, la meditación en la Palabra, la obediencia en lo cotidiano: ahí se forja el carácter que sustenta la influencia duradera. Muchos quieren ser usados por Dios, pero pocos están dispuestos a ser moldeados en el silencio. El desierto no es castigo, es entrenamiento. Jesús fue lleno del Espíritu en el Jordán, pero fue afirmado en el desierto.

Cuando priorizamos lo secreto, el fruto se manifiesta públicamente en el tiempo adecuado. No necesitamos correr tras oportunidades; ellas vendrán cuando estemos listos. Nuestro enfoque debe ser buscar a Dios por quien Él es, no por lo que puede darnos. Entonces, nuestras palabras tendrán peso, nuestras acciones llevarán vida, y nuestras decisiones reflejarán sabiduría divina.

El mundo necesita creyentes cuya influencia esté cimentada en lo eterno, no en lo superficial. Que cada día empecemos en lo secreto, para que cada paso público esté impregnado de la presencia de Dios.

Aplicación práctica: Dedica hoy un momento de calidad en oración y reflexión, buscando intimidad con Dios sin distracciones.