Donde Quiero Estar

En un mundo a veces agobiante, donde todo es inmediato, y pareciera que no hay lugar donde esconderse de las exigencias del entorno, incluso de las miradas, hay un lugar especial de descanso que no es físico, sino espiritual. Es un encuentro con la gracia en la cruz de Jesús, donde rendimos nuestras preocupaciones y cargas. Allí, cielo y tierra se tocan, y nuestra alma encuentra consuelo en la fidelidad de Dios. Entonces las cargas desaparecen, y el descanso reemplaza el agotamiento. Es allí donde encontramos la paz que tanto anhelamos.

Jesús nos invita a ese lugar en Mateo 11:28-30: «Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso». Él nos ofrece un yugo fácil y una carga ligera. No hay peso que no podamos dejar en sus manos, que nos reciben con humildad y ternura, ayudándonos a caminar en su descanso.

El Salmo 121:1-4 complementa esta invitación con una afirmación poderosa: nuestra ayuda viene del Señor, el Creador del cielo y la tierra. No hay lugar más seguro que su presencia. Mientras miramos hacia las montañas, símbolo de lo que nos supera o es difícil de alcanzar, Dios nos recuerda que él no se adormece ni nos abandona. Él es nuestro guardián constante, atento a cada detalle de nuestra vida.

A menudo intentamos llevar nuestras cargas por nosotros mismos, creyendo que debemos soportarlo todo. Sin embargo, Jesús nos muestra una manera diferente. Nos llama a rendirnos, no como señal de debilidad, sino como un acto de fe. Esto significa confiar en que él lleva nuestras cargas mejor que nosotros mismos. Su descanso no es un simple alivio temporal, sino una paz que transforma nuestra manera de vivir. Entonces sabemos que sus planes son para bien, incluso cuando no entendemos el camino. Él nunca llega tarde a socorrernos, y su provisión es perfecta.

El Salmo 121 nos asegura que Dios no solo nos cuida en momentos críticos, sino que está con nosotros siempre. Su vigilancia es constante, y su protección nunca falla. No importa cuán alto sea el desafío o cuán oscuro sea el valle, él está allí, inmutable, fuerte y fiel.

Entonces, no hay otro lugar mejor que estar a los pies de Jesús. Es donde se desvanece la inquietud y se renueva la esperanza. Es donde nuestros temores son reemplazados por la confianza en su amor inquebrantable. Es un refugio eterno, accesible en todo momento y en cualquier circunstancia.

Hoy, mientras consideras tus propios desafíos y preocupaciones, levanta la vista hacia los montes, no como un lugar en el que están los problemas, sino desde donde el Señor traerá su socorro. Él no se adormece, y su amor nunca falla. Ven a él con tus cargas, rinde tu corazón en la cruz y experimenta el descanso que solo él te puede ofrecer. Su presencia es nuestro lugar seguro.