Manifestación Del Reino De DiosSample

«El reino extendido» Es evidente que después de la muerte y resurrección de Jesucristo, sus discípulos todavía esperaban la restauración de Israel al dominio real, pero el rey mismo les mostró, que sus esperanzas eran muy pequeñas, mientras les levantó los ojos para que vislumbraran la expansión de su reino «hasta los confines de la tierra». Desde entonces, su proclamación de la llegada del reino estuvo inexplicablemente atada a Jesucristo y a lo que había logrado con su muerte y resurrección. La proclamación de un evangelio facilista y la aceptación de una «gracia barata», no corresponde al legado apostólico, pues si aún el mismo ungido rey tuvo que pasar por sufrimiento para entrar en la gloria de su reino mesiánico, ¿por qué tendría que ser diferente para nosotros quienes, por gracia de Dios, compartimos la herencia real de Jesús? De hecho, el sufrimiento por Jesús caracteriza a sus herederos a quienes el Padre promete el reino del cielo. Sin embargo, sufrir por la causa del reino no es cultivar una mentalidad de mártir, no es vivir resignados al dolor que enfrentemos en la vida, ni tampoco el hecho que el reino de Dios haya llegado con la venida de Jesús rey y se haya hecho extensivo por medio del Cristo impartido a nuestras vidas, también tiene consecuencias profundas para nuestra adoración como el pueblo del Nuevo Testamento y de Dios. Por un lado, como Israel en el desierto, estamos en el camino hacia nuestra herencia real, a la ciudad que está por venir, cuando la nueva Jerusalén será templo completamente, pero no estamos hablando de una ciudad física en el cielo, sino a la iglesia como una ciudad de Dios traída del cielo para llenar la tierra con la gloria que la habita. Hemos sido redimidos para constituir un reino y ser sacerdotes de Dios, en nuestra asamblea como iglesia del Señor. Cada vez que nos reunimos mediante la presencia del Espíritu Santo ante el trono de nuestro rey triunfador, exaltamos su majestad, celebramos su victoria y recibimos de su mano sus trofeos de guerra. Somos siervos dotados de espíritu; apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, maestros mediante los cuales Cristo alimenta cada miembro de su cuerpo. Como el reino no ha llegado aún en la forma final de la ira justa del rey, debemos llevar ese llamado a las personas lejanas y cercanas con alegre urgencia, como corresponde a embajadores reales.