La oración que toca a DiosSample

La pasión de David por Dios
David tenía la habilidad de derramar su corazón (desnudar su alma) delante de Dios. Su oración era más que un conjunto de palabras hilvanadas, o un hábito o protocolo que practicaba rutinariamente, o una serie de peticiones con las que acudía a Dios cada día. Era una pasión y un fervor que nacía desde lo más profundo de su corazón que se levantaba con anhelo inefable por Dios, tal como lo expresa el Salmo 63:1:”Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas”.
A menudo llegamos a la oración con nuestra propia agenda, tan llenos de peticiones o de nuestros sentimientos, que perdemos el foco de Dios. Para David el orar era enfocar su atención en Dios, buscar su presencia ante que sus favores: porque a ti oraré.
David era un gran hombre de oración porque su tiempo de oración estaba enfocado en Dios, y en la expectativa de tener un encuentro con Dios. Al respecto dice Torrey: “Para que una oración pueda ser verdaderamente para Dios, debe de haber un enfoque consciente y definido hacia Dios cuando oramos; debemos de tener en cuenta de una manera vivida y definida que Dios se está inclinando hacia nosotros y escuchando mientras oramos”.
En la oración de David se observa un orden y una fuerza que va más allá de las palabras y que se extiende a un ruego anhelante:
(1) Escucha mis palabras,
(2) considera mi gemir (cavilar, meditar; susurros profundos e indecibles),
(3) está atento a la voz de mi clamor (suplica, ruego).
La oración de David era intensa, sincera e íntima
Es como si tratara de ir ante Dios, comprendiendo lo limitado de sus palabras, y buscando de ir más allá de ellas. Es como si David estuviera diciendo: reconozco que mis palabras son limitadas para expresarme delante de ti, por eso considera mi gemir y está atento a la voz de mi clamor (mis sentimientos, deseos, ansias y motivación).
¿Con qué actitud acudes a Dios en oración?
Scripture
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David tenía la habilidad de derramar su corazón (desnudar su alma) delante de Dios. Su oración era más que un conjunto de palabras hilvanadas, o un hábito o protocolo que practicaba rutinariamente, o una serie de peticiones con las que acudía a Dios cada día. Era una pasión y un fervor que nacía desde lo más profundo de su corazón que se levantaba con anhelo inefable por Dios.
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