Encontrando la belleza de CristoMuestra

ANHELANDO EL TESORO PRECIOSO.

”Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado.“ (Hechos 3:19-20 RVR 1960)

“Sabes que amas mucho cuando el tiempo parece corto, las despedidas duelen demasiado y el volver a verse es una necesidad.”

Recuerdo la primera vez que escuché esa frase. Lo sé, parece sacada de una película romántica, de esas que terminan en una gran cena y lágrimas.

Pero la intensidad del amor que expresa esta frase encierra una verdad profunda:

Cuando uno ama, el tiempo nunca es suficiente y la compañía se vuelve lo más vital.

Quisiera que hagamos memoria juntos:

¿Alguna vez has sentido amar con tanta intensidad de esa manera?

Tal vez con una pareja, cuando el tiempo juntos parecía insuficiente y cada despedida solo te hacía esperar con ansias el momento del reencuentro.

O quizá con un familiar que vivía lejos, y aprovechabas cada instante juntos porque sabías que pronto partiría, marcando en tu calendario el día de su regreso.

En la vida hay muchos casos así, donde nuestro amor es tan profundo que un solo día no basta, y cada separación se convierte en una oportunidad perfecta para soñar con el reencuentro.

Con ese mismo sentimiento en mente, cuando leo a Pedro predicando en Hechos 3:19-20, no percibo otra cosa más palpable que un amor ardiente y desesperado por ver a Jesús, su Maestro y Amigo, regresar.

Cuando Pedro dice esas palabras, no veo solamente a un hombre transmitiendo una teología correcta (aunque también lo hace). Lo que veo es a un hombre que había vivido cincuenta días sin su Amado, y cuyo corazón late con un solo deseo: volver a verlo. Todo su sermón se convierte en una invitación apasionada a arrepentirse, para que el Padre traiga de nuevo al que habían perdido.

Pedro está anhelando a su Amigo. Su predicación no es solo doctrina; es una expresión del amor de alguien que conoció a Jesús de verdad, que lo abrazó, lo vio reír, lo vio llorar, y que entendió que el Evangelio no es una fórmula para el éxito, sino la vía para reencontrarse con la Persona más importante de su vida.Y aquí surge la pregunta para nosotros:

¿Anhelamos realmente a Jesús, o solo buscamos en Él un escape hacia el éxito y la mejora personal?

Pedro lo expresó años después en su carta:

”Ustedes lo aman a pesar de no haberlo visto; y aunque no lo ven ahora, creen en él y se alegran con un gozo indescriptible y glorioso.“(1 Pedro 1:8 NVI)

Este amor no se reduce a haber visto físicamente a Jesús. Aun sin conocerlo con nuestros ojos, el testimonio vivo del Espíritu en los discípulos nos alcanzó a nosotros, y hoy lo extrañamos sin haberlo visto, no como un puente para nuestras metas, sino como nuestro mayor tesoro.

Porque Jesús no es un medio para alcanzar lo que deseamos. Él es el misterio mismo que Dios nos invita a descubrir, la perla escondida que el Espíritu nos impulsa a buscar, la profundidad misma de la vida que el Padre nos regaló.

La vida cristiana no consiste en la suma de buenas acciones (aunque son importantes).

Se trata de cuánto arde nuestro corazón por ese Hombre.

Hoy quiero invitarte a buscar ese misterio y a descubrir la hermosura de Jesús en la intimidad y en comunidad. Créeme: cuanto más lo busques, menos te alcanzará el tiempo. Tu corazón arderá por Aquel que nos amó primero, y tu anhelo será finalmente verlo cara a cara.

Amén por eso.

"Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Todo el que tiene esta esperanza en Cristo se purifica a sí mismo, así como él es puro.“ (1 Juan 3:2-3 NVI)