El enfrentamiento y el arrepentimiento

Cuando parecía que David había logrado esconder todo, Dios envió al profeta Natán para confrontarlo. Natán contó una parábola que hizo comprender a David la gravedad de su pecado. David se dio cuenta de su error y pronunció un arrepentimiento simple, pero sincero: "He pecado contra el Señor". No intentó justificarse, no negó su pecado, sino que lo confesó abiertamente.

Este episodio nos enseña cuán importante es el arrepentimiento del creyente frente a su pecado. No basta con reconocer el mal cometido; es necesario un corazón contrito y sincero, dispuesto a volver a Dios con humildad. En el Nuevo Testamento, el apóstol Juan escribe que si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos.

Dios, en su infinita misericordia, aceptó el arrepentimiento de David, pero no lo libró de las consecuencias: el hijo que Betsabé dio a luz murió pocos días después de nacer, y David tuvo que vivir con el peso de sus acciones.

Hoy, sin embargo, el creyente vive con la certeza de que todo peso del pecado ha sido llevado por Jesús en la cruz. Pedro nos recuerda que Él llevó nuestros pecados en su cuerpo, sobre el madero, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.

Esto no nos exime de las consecuencias terrenales de nuestros errores, pero nos libera del peso eterno del pecado. La cruz nos recuerda que Dios, en su gracia, no solo perdona, sino que renueva y restaura a todo aquel que se acerca a Él con fe y arrepentimiento.