El Príncipe Sin NombreMuestra

La muerte del Príncipe trae paz
La muerte del niño no fue en vano. A pesar de la angustia y el dolor, su muerte trajo un sentido de paz y reconciliación en la casa de David. Después de la muerte de su hijo, David se levantó, se lavó, comió y volvió a su vida, encontrando nuevamente la paz interior con Dios. De la misma manera, la muerte de Jesús ha traído paz y reconciliación no solo para Israel, sino para toda la humanidad.
El pueblo fue aliviado, los enemigos de Dios no sufrieron ningún castigo, la justicia apartó una segura guerra fratricida y una tragedia mucho más grande en la casa de David por el poder. Como dice el apóstol Pablo: reconciliar consigo todas las cosas por medio de Él, habiendo hecho la paz mediante la sangre de su cruz.
La muerte del niño representa un sacrificio expiatorio: si el niño no hubiera muerto, habría muerto David, aquel que había pecado. Este sacrificio salvó a David de la condena, permitiendo así la continuación de la descendencia real, de la cual nacería Jesús. Este paralelismo es evidente en la misión de Cristo, que murió en nuestro lugar: Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros.
La muerte del niño fue necesaria para que pudiera nacer el Salvador del mundo. Si David hubiera sido castigado con la muerte por sus pecados, el plan de redención de Dios no habría podido cumplirse, y el Mesías prometido no habría nacido de su descendencia.
El sacrificio del príncipe sin nombre salvó a David y a Betsabé, permitiéndoles vivir y dar continuidad a la línea davídica hasta Jesús. Betsabé, de hecho, dio a David a Salomón y a Natán, antepasados respectivamente de José y María. Si aquel niño no hubiera muerto, David habría sido condenado, Cristo no habría nacido y para nosotros no habría habido salvación.
Acerca de este Plan

La historia de David, narrada en 2 Samuel 11 y 12, es una de las narraciones más profundas de la Biblia, pues nos muestra el poder del pecado y las consecuencias de las acciones humanas, pero sobre todo, la gran misericordia que Dios ha mostrado no solo a David y a todos los involucrados en el asunto, sino también, después de varios milenios, a nuestras vidas. Esta historia se centra en David, el rey de Israel, quien cayó en una serie de graves pecados, pero que encontró el camino del perdón mediante su sincero arrepentimiento.
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Nos gustaría agradecer a Carmelo Orlando por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: www.gesuilnazareno.org/it
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