El Príncipe Sin NombreMuestra

La muerte por el pecado de otros
Uno de los aspectos más evidentes que conecta la muerte del niño con la de Jesús es el hecho de que ambos mueren por los pecados de otros, siendo completamente inocentes. El hijo de David murió a causa del pecado de su padre, que había cometido adulterio y homicidio, pero no solo por eso: el niño murió también por el pecado de su madre, Betsabé, que participó en el adulterio, y por el pecado de todos los cómplices involucrados en la historia. Todos los que eran conscientes del mal, como los siervos que llevaron a Betsabé a David y aquellos que informaron a David de su embarazo, fueron parte de un sistema de complicidad y silencio.
Aun siendo inocente, el niño pagó el precio de las culpas no solo de David, sino también de todos los que contribuyeron a ocultar y perpetuar el pecado. Paradójicamente, el niño murió también por aquellos que blasfemaron el nombre de Dios. Esto es un claro reflejo de lo que Cristo hizo por la humanidad: Jesús, sin pecado, murió por los pecados del mundo entero, no solo por los pecados de unos pocos. Él tomó sobre sí el peso de nuestras transgresiones y sufrió la muerte que nosotros habríamos merecido.
Como dice Isaías: "Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados". Este pasaje, citado en el Nuevo Testamento, encuentra eco en las palabras de Pedro: Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, muertos al pecado, vivamos para la justicia.
Así como el niño pagó el precio por las culpas de muchos, también Jesús fue llamado a llevar el peso de las transgresiones de toda la humanidad. Esto subraya la inocencia de Cristo y la injusticia de Su condena. La inocencia de Cristo puede compararse con la inocencia del pequeño príncipe sin nombre, salvo que la inocencia de Cristo es infinitamente y cualitativamente superior.
Escrituras
Acerca de este Plan

La historia de David, narrada en 2 Samuel 11 y 12, es una de las narraciones más profundas de la Biblia, pues nos muestra el poder del pecado y las consecuencias de las acciones humanas, pero sobre todo, la gran misericordia que Dios ha mostrado no solo a David y a todos los involucrados en el asunto, sino también, después de varios milenios, a nuestras vidas. Esta historia se centra en David, el rey de Israel, quien cayó en una serie de graves pecados, pero que encontró el camino del perdón mediante su sincero arrepentimiento.
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Nos gustaría agradecer a Carmelo Orlando por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: www.gesuilnazareno.org/it
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