Los prejuicios.

¿Cuántas veces has emitido un juicio sobre alguien sin conocer toda la historia? Probablemente más de las que quisieras admitir. Yo también he estado ahí y esa es una de las actitudes más dañinas en el ejercicio del liderazgo.

Emitir opiniones apresuradas es una señal clara de falta de dominio propio. Un líder que no filtra sus pensamientos ni mide sus palabras, corre el riesgo de herir, dividir y perder credibilidad. El prejuicio —esa tendencia a juzgar sin conocer— no solo es injusto, sino profundamente tóxico en el ejercicio del liderazgo.

Un líder prejuicioso actúa desde la ignorancia, no desde la sabiduría. Sus juicios no se basan en hechos, sino en percepciones distorsionadas. Y lo más grave: muchas veces lo hace con la convicción de estar en lo correcto. Esta actitud revela una falta absoluta de empatía, de escucha y de discernimiento espiritual.

Imagina esta escena: alguien está profundamente quebrantado. Su alma está desgarrada por el dolor, y apenas puede articular palabras coherentes. Su corazón clama a Dios, pero su boca solo emite sonidos entrecortados. En lugar de consolar, orar o simplemente acompañar en silencio, tú —como líder— le dices:

—«Tú como que estás borracho».

Eso fue exactamente lo que hizo el sacerdote Elí con Ana, la madre de Samuel. Ella oraba con el alma rota por su esterilidad, y Elí, sin comprender su dolor, la juzgó erróneamente: «Entonces Elí le dijo: ¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino» (1 Samuel 1:14 RVR1960). El juicio apresurado, causa una herida innecesaria.

Líder, el prejuicio es una forma de arrogancia disfrazada de discernimiento. Es hablar cuando deberías callar. Es asumir cuando deberías preguntar. Es condenar cuando deberías abrazar. Y lo más peligroso: puede convertirse en una barrera entre tú y la voluntad de Dios.

Antes de emitir una opinión, detente. Escucha. Ora. Observa con compasión. Porque como dijo Jesús: «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mateo 7:1 RVR1960). El liderazgo de alto impacto no se basa en suposiciones, sino en verdad, gracia y amor.

Líder: guarda silencio si no conoces toda la historia. No permitas que tu necedad se convierta en pecado delante de Dios. El prejuicio no sólo daña a otros, también contamina tu liderazgo.