Liderazgo arrogante.

La arrogancia es una actitud que distorsiona la percepción de uno mismo y de los demás. Quien la adopta tiende a sobrevalorar sus habilidades, conocimientos o importancia, mientras subestima o desprecia a quienes lo rodean. Esta actitud se manifiesta en palabras y acciones que revelan una profunda falta de humildad y una creencia errónea en la propia superioridad.

El problema con la arrogancia es que, al igual que el mal aliento, suele ser invisible para quien la padece. Y detrás de ella se esconde una de las máscaras más peligrosas del liderazgo: la falsa humildad. No se trata simplemente de la ausencia de humildad, sino de una actitud hipócrita que aparenta compasión o modestia, mientras en el fondo se alimenta de orgullo. Esta forma de arrogancia es especialmente dañina porque engaña, hiere y manipula a quienes están cerca.

La Palabra de Dios es clara y contundente respecto a la arrogancia. A lo largo de las Escrituras, el Señor nos advierte sobre sus consecuencias y revela su postura frente a esta actitud del corazón. Considera estos tres pasajes del Antiguo Testamento:

«Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (Proverbios 16:18 RVR1960).

«Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad; y haré que cese la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los fuertes» (Isaías 13:11 RVR1960).

«No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; porque el Dios de todo saber es Jehová, y a él toca el pesar las acciones» (1 Samuel 2:3 RVR1960).

Estos textos revelan que la arrogancia conduce al quebrantamiento, a la caída, al castigo y al abatimiento. Además, nos recuerdan que Dios pesa nuestras acciones, no solo nuestras palabras.

Jesús, como siempre, nos lleva más allá de lo superficial. En Mateo 23:12 enseñó: «Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (RVR1960). En otras palabras, cuando rendimos nuestro orgullo y arrogancia ante Dios, Él mismo se encarga de levantarnos. Solo Él tiene la autoridad para exaltarnos, y solo a Él le pertenece la honra y la gloria.

Líder: la arrogancia es más destructiva de lo que parece. Es como una lepra espiritual: avanza silenciosamente desde el interior hasta que consume por completo el alma y destruye el liderazgo. Cuídate de ella. Examina tu corazón con honestidad y recuerda: la falsa humildad es arrogancia disfrazada.