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Una vida de intimidad con Dios

DÍA 117 DE 365

Orar como a Dios le gusta

Vivan orando y suplicando. Oren en todo tiempo... y perseveren en sus oraciones sin desanimarse nunca...”, Efesios 6:18 (BLA).

Cada pulgada de terreno que la iglesia conquistó en los primeros tres siglos la alcanzó mediante recursos espirituales. ¿A qué recursos nos estamos refiriendo? A la oración y la predicación. Tomemos como ejemplo a Pablo. Recién convertido se lo ve de rodillas orando, Hechos 9:11. “...Y en seguida comenzó a predicar acerca de Jesús”, Hecho 9:20 (NTV). Su pasión por extender el evangelio lo consumía. Cuando estuvo encerrado en la cárcel su preocupación no era su libertad sino la imposibilidad de seguir predicando: “...Pídanle a Dios que podamos anunciar libremente el mensaje... Pídanle a Dios que yo pueda explicar ese mensaje con toda claridad”, Colosenses 4:3-4 (TLA); Efesios 6:19-20.

Cuando Pedro y Juan salieron del concilio se dirigieron al lugar donde estaban los demás creyentes. Todos reunidos y unidos en oración dijeron: “Dios nuestro... ayúdanos a no tener miedo de hablar de ti ante nadie...”, Hechos 4:29 (TLA). Y, ¿cuál fue la respuesta? “A partir de ese momento, todos hablaban sin temor acerca de Jesús”, Hechos 4:31 (TLA). Si tus oraciones no están siendo contestadas la razón podría ser que tus peticiones son demasiado ambiguas en lugar de ser bien específicas. “Invocó Jabes al Dios de Israel... Y le otorgó Dios lo que pidió, 1º Crónicas 4:10. Cuando Bartimeo pidió misericordia no recibió ninguna respuesta, pero cuando fue específico y dijo: “que reciba la vista” Jesús lo sanó, Marcos 10:47-52. ¡Si eres específico en pedir, Dios será específico es responder!

Se han escrito volúmenes enteros acerca del secreto ministerial de aquellos primeros apóstoles. Hay quienes dicen que eran predicadores elocuentes o que poseían dones de liderazgo extraordinarios. Lo que nosotros vemos es a hombres comunes haciendo cosas extraordinarias por medio del poder del Espíritu Santo con quién tenían una relación muy cercana. Aquellos hombres entendieron que su primera responsabilidad era ministrar a Dios. Y así lo entendió TODA la iglesia cuyo trabajo evangelístico y misionero impactó el mundo. Aprendamos la lección: todo lo que hacemos para Dios se deriva de nuestra relación con Él. Es allí, en su presencia, donde se origina nuestra agenda diaria. No somos nosotros los que decidimos qué hacer sino Dios. Nuestra sujeción es fundamental. Recuerda que Dios es un caballero. Mientras tú decidas cómo será tu futuro, Dios no se meterá en el asunto.

Acerca de este Plan

Una vida de intimidad con Dios

Cada día es una oportunidad para experimentar la presencia del Señor. Dios mismo es quien te extiende la dulce invitación para el encuentro santo: "Mi corazón te ha oído decir: «Ven y conversa conmigo». Y mi corazón responde: «Aquí vengo, SEÑOR»" (Salmo 27:8).

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Nos gustaría agradecer a José Luis Cinalli - Silvia López de Cinalli por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://iglesiadelaciudad.com.ar/