Una vida de intimidad con DiosMuestra

No le partas el corazón
“Esa gente se rebeló muchas veces contra Dios en el desierto, le dieron a Dios mucha tristeza”, Salmo 78:40 (PDT).
¿Qué necesidad tenía Dios de entregar a su hijo? Jesús murió por gente malvada y desagradecida, como todos nosotros. ¿Y cómo le correspondemos? No somos capaces de levantarnos unos minutos antes de ir al trabajo para orar. En la mesa balbuceamos oraciones exprés, sin sentimiento y sin sustancia. Por las noches actuamos con tanta mezquindad que ni recordamos darle las gracias por el día que nos permitió vivir. Demandamos y casi nunca agradecemos. ¡Qué desfachatados! No somos capaces de poner el reloj para orar a las 5 a.m. un día a la semana y somos descuidados a la hora de congregarnos. Si el domingo está lindo nos vamos de picnic o de pesca, si está frío nos quedamos haciendo zapping o salimos de shopping. Eso sí, cuando Dios no responde a nuestras oraciones nos enojamos y pataleamos. Algo no está bien. Mejor dicho, no es algo, es alguien: NOSOTROS. Dios no está de oferta ni es nuestro sirviente. Si no somos capaces de hacer un sacrificio por Él cuando lo dio todo por nosotros, ¿cómo pretendemos vivir bajos cielos abiertos y esperar que nos bendiga con su presencia y la llenura de su Santo Espíritu?
El problema de Dios no es el humanismo, el modernismo o el ateísmo, ni siquiera el diablo. El mayor problema de Dios son los creyentes; ES SU IGLESIA. Le hacemos doler mucho el corazón. Vivimos deshonrando y vituperando su nombre. Nos avergonzamos de Él delante de nuestros amigos y somos complacientes con toda clase de mal.
¿Cómo está tu comunión con el Señor? ¿Estás dando frutos que lo glorifiquen? ¿Existen evidencias de su obrar en tu vida? La única prueba de la incuestionable obra de Dios en una persona son sus frutos: un cambio radical en su estilo de vida. No es ir a la iglesia o conocer de memoria algunos versículos de la Biblia. Jesús operó bajo la unción del Espíritu Santo. Los primeros cristianos comenzaron su trabajo recién cuando contaron con la presencia del Espíritu Santo sobre ellos. ¿Cómo nos atrevemos a andar por la vida despreciando la compañía del Santo Espíritu de Dios?
“Perdón Señor por la rebeldía de mi corazón, por mi egoísmo e indiferencia. Perdón por partirte el corazón con mi religiosidad fría. Hoy me arrepiento y vuelvo a ti para cultivar una amistad creciente en el lugar secreto. Oro en el nombre de Jesús. Amén”.
Escrituras
Acerca de este Plan

Cada día es una oportunidad para experimentar la presencia del Señor. Dios mismo es quien te extiende la dulce invitación para el encuentro santo: "Mi corazón te ha oído decir: «Ven y conversa conmigo». Y mi corazón responde: «Aquí vengo, SEÑOR»" (Salmo 27:8).
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Nos gustaría agradecer a José Luis Cinalli - Silvia López de Cinalli por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://iglesiadelaciudad.com.ar/
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