UnoMuestra

Día 5 – Cuerpo

La iglesia no es una organización, sino un organismo vivo. Cada creyente forma parte del cuerpo de Cristo, y esa realidad espiritual nos invita a vivir en relación, colaboración y dependencia mutua. En su oración, Jesús reconoció que sus discípulos habían recibido la palabra del Padre, la habían creído y obedecido (Juan 17:6-8). Sin embargo, cada uno era diferente: Pedro, impulsivo; Juan, sensible; Tomás, racional; Mateo y Simón, opuestos en pensamiento político. Aun así, Jesús los unió en una misión común.
El Evangelio no suprime la individualidad, pero la redime. Nos llama a poner nuestras diferencias al servicio de un mismo propósito.

El apóstol Pablo lo expresa con claridad: Todos ustedes juntos son el cuerpo de Cristo, y cada uno es parte de ese cuerpo (1 Corintios 12:27). No somos piezas reemplazables, sino miembros necesarios. La autosuficiencia espiritual es una amenaza para la salud del cuerpo, porque nadie puede madurar en Cristo aislado. En comunidad aprendemos a perdonar, a ceder, a servir y a crecer en amor.

Pero, ¿Cómo convivir en medio de tanta diversidad? La respuesta la encontramos en Efesios 4:1-3: Vivan como es digno del llamamiento… con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos a otros en amor, y esforzándose por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. La unidad requiere esfuerzo. No siempre estaremos de acuerdo, pero podemos decidir mantener la paz.

El diseño del cuerpo es sabio. Nadie puede hacerlo todo, y cada función es indispensable. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: Tú puedes hacer lo que yo no puedo, y yo puedo hacer lo que tú no puedes; juntos podemos hacer cosas maravillosas.
Pablo escribió: “Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento” (1 Corintios 3:6). Cada uno cumple una parte del trabajo, pero todos dependen del mismo Dios. No hay lugar para la competencia, porque en la iglesia no se trata de protagonismo, sino de colaboración.

El mismo apóstol enseña que Cristo constituyó a algunos como apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros para capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo (Efesios 4:11-12). Todos los ministerios existen para servir al crecimiento del cuerpo, no para destacar individualmente.

Cuando cada miembro cumple su función, la iglesia crece y sana. Cada parte, al cumplir su función específica, ayuda a que las demás se desarrollen… y todo el cuerpo crece, está sano y lleno de amor (Efesios 4:16). La salud espiritual no se mide por cantidad de actividades, sino por la integración de cada miembro en amor y servicio.

Incluso en los momentos de conflicto, el cuerpo debe responder con restauración. Pablo exhortó a Evodia y Síntique a reconciliarse en Filipenses 4:2-3, mostrando que los desacuerdos no descalifican, pero sí deben resolverse. Ignorar las heridas no las sana; acompañarlas en amor, sí.

El cuerpo sano se cuida, se repara y se reconstruye. Cuando entendemos que todos somos necesarios, la iglesia se convierte en una comunidad viva que abraza, colabora e integra. En un mundo fragmentado, la iglesia está llamada a reflejar el poder de la unidad.

Aplicación práctica: Identifica a una persona de tu comunidad que sea diferente a ti (por edad, carácter o manera de pensar) y ora por ella. Luego, busca servirla de alguna forma. La unidad no borra la diversidad, la celebra. Al honrar la función de otro, fortaleces el cuerpo. Recuerda: el crecimiento espiritual no se logra en soledad, sino en comunión.