Preparando nuestros corazones para la Pascua: un devocional de CuaresmaMuestra

"Día 38: El Lavamiento"

La NIV traduce el versículo 1: "Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin". En este inesperado acto de lavamiento de pies, Jesús estaban comunicando algo profundo sobre la naturaleza del amor divino. El amor no es simplemente lo que Jesús hace, el amor es quien es Él.

A menudo cuando consideramos amar a alguien, pensamos en términos de acciones y comportamientos. Nos preguntamos, "¿Qué es lo más amoroso para hacer?" Pero el inesperado y espontáneo acto de servicio de Jesús nos lleva a hacer la pregunta antecedente, "¿Quién soy yo?" Sin hacernos primero esta pregunta, sin saberlo podemos poner límites a nuestro amor porque no estamos operando a partir de una identidad transformada en el evangelio. Por ejemplo, si nos vemos funcionalmente huérfanos necesitando que nos miren en vez de como los hijos amados de Dios, limitaremos nuestra generosidad hacia los demás por miedo a no tener suficiente. Asimismo, si creemos que somos justos por nuestros propios esfuerzos, habrá límites a lo que estamos dispuestos a servir a los demás porque nuestro orgullo nos impide servir a los "no merecedores".

Cuando miramos a Cristo encontramos una hermosa libertad para servir a los demás, derivado de la seguridad de su identidad: "quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo..." (Fil 2:6-7, NVI). Jesús era capaz de servir de una manera que nadie esperaba porque conocía el amor del Padre íntimamente. El mismo corazón que le llevó a lavar los pies de los discípulos le llevaría a la Cruz. Por medio de Cristo tenemos el mismo estatus privilegiado y seguridad con el Padre, y así nos volvemos libres para servir, de la misma manera amorosa con la que nos ha servido.

Oración

Padre celestial, se me olvida cada día quién soy en Cristo y la gracia que envuelve mi vida. Mi amor tiene límites porque no abrazo la verdad de quien me has hecho ser. Ayúdame a vivir la realidad de ser tu hijo amado para que mi amor por los demás emane esta nueva identidad. Quiero ser un siervo desconcertante para los que me rodean como se desmontan los límites que he colocado en mi amor. En el Nombre de Cristo, Amén.

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